En aquellos años, las compañías consignatarias Miller y Cia, Compañía Nacional de Carbones, Grand Canary, Elder Demspter, Bautista y Martinón, Woermann Linie, Fyffes, Fred. Olsen, Juan Bordes y otras tenían su personal fijo de encargados y peones para la carga y descarga de sus barcos. Elder, Fyffes y algunas veces Woermann, las menos, efectuaban sus cargas y descargas por sus muelles, directamente de las gabarras de su propiedad, de y para los buques de sus consignaciones fondeados.

Cuando a éstas les hacía falta más personal recurrían al sistema del dedo, o sea, se colocaba el encargado encima de la caja de herramientas, donde guardaban los estrobos, kingas y demás utensilios para el trabajo, y con el dedo los iba llamando hasta llegar al número de hombres que necesitaban. Ni que decir tiene que los que podían se ponían en primera fila, y los pequeños se empinaban todo lo que podían para ser vistos. Salvo que hicieran mucha falta, de poco les valía, si no eran amigos, el querer sobresalir de los demás. En aquella época, las carretillas brillaban por su ausencia. Todo el trabajo se hacía a hombros. El saquerío de azúcar, harina, arroz y abonos, tenía un peso que oscilaba entre los 100 y 110 kilos; el cemento inglés, el célebre Portland, venía en barriles de cerca de 90 kilos, y el café el maíz y las patatas, pesaban igual que en la actualidad, 50 ó 60 kilos.

El rebenqueo

Había que ver a aquellos hombres "rebenqueando", como ellos decían, trabajando 11 o más horas diarias, procurando que no les cogiera la pella, o sea, la lingada siguiente, siempre bajo la vigilancia del encargado, que nunca les decía nada pero al que tenían en cuenta para posibles mejoras o ascensos.

Y no digamos de los llamados a dedo que se mataban trabajando para dejarse ver de los encargados, para en su día ser tenidos en cuenta para un empleo fijo.

Un duro trabajo

Capítulo aparte requería el trabajo en las concesiones de Elder y Fyffes, especialmente en la primera. De los muelles de estas casas la entrada de los almacenes y explanadas, había una red de vías por donde circulaban los carritos tirados a mano con las mercancías procedentes de las gabarras de su propiedad, en las que habían descargado los buques de su consignación o de su propiedad fondeados.

Elder era la que más personal tenía, algo más de 40 hombres. Este personal estaba compuesto por hombres escogidos por su fortaleza en Gáldar, Guía, Agaete, Lanzarote y, muy especialmente, en la isla de Fuerteventura.

Los carboneros

Eran conocidos vulgarmente como los de la carga blanca y los de la carga negra; éstos últimos se llamaban así porque el carbón con el que trabajaban tiznaba su rostro. Verlos salir de su centro de trabajo era todo un acontecimiento, parecían seres de otra galaxia. Operaban en la estación carbonera del Refugio (Woermann), obra del empresario inglés Arthur A. Doolidge. La mayoría de ellos se reunía en la explanada que había entre el Castillo de la Luz frente a la Sociedad del Real Club Victoria (calle Juan Rejón y principios de la calle Gordillo), donde también se cuenta que había otra carbonera.

El trabajo en esos muelles era duro, muy duro. Cuántos se marchaban antes de cumplir el mes por no poder resistirlo. Había que procurar que la carretilla siguiente no tuviese que esperar. Los sacos, en los almacenes, eran remontados hasta el techo, para lo cual empleaban el sistema de rampas o escaleras, hechas con los mismos sacos. En las explanadas colocaban las mercancías de menos valor, abonos? y muchas veces al estar los almacenes llenos, las demás.

Relataba mi padre en sus memorias una curiosa anécdota de un pariente suyo:

"Mi pariente era un hombre fuerte, de buena estatura, aunque falto de experiencia en esta clase de trabajos puesto que venía de la labranza. Don José, gran conocedor de su personal, le dijo al encargado: 'Traten bien al nuevo, que es pariente del Sr. Silva, muy apreciado por nosotros". Mientras mi padre y don José estuvieron en el Muelle todo marchó sobre ruedas, pero cuando se fueron a almorzar, cargando le tiraron varios sacos, cosa corriente cuando ingresaba algo nuevo. Ya no lo hacían con la delicadeza de antes. Una de las veces se fue de narices contra el piso de la báscula. Donde se hacían pesadas de hasta tres mil kilos. Mi pariente se puso la chaqueta y sin despedirse de nadie se fue caminando hasta el pueblo, que distaba unos 26 kilómetros, y ya no quiso repetir la aventura a pesar de los ruegos de mi padre. Se le quitaron de una vez para siempre las aspiraciones de ganar mucho dinero en los muelles. A cualquiera no?"

Un gran encargado

Por los años 30 empezó a brillar con luz propia uno de los mejores encargados de muelles, único entre los demás: D. Pascual Macía. Era levantino; pequeño, gordito, con una vitalidad enorme y nervios de acero. En poco tiempo se hizo cargo del trabajo en los muelles, al que llevó ideas propias, revolucionando las cargas y descargas de sus barcos, antes tan monótonas. Asimismo comprendió que para el trato con oficiales y capitanes tenía que dominar el idioma noruego y así lo hizo, aprendiéndolo con rapidez.

Había entrado de muchacho en Fred. Olsen Line, la Compañía frutera más importante de aquellos años. Por razones desconocidas pasó a ser jefe de carga y descarga en los muelles, pero indudablemente fue un gran acierto de don Álvaro Rodríguez López. Era un hombre de una voluntad y tesón dignos de encomio. Duro con su personal. Ellos decían que les sacaba el cuero riéndose pero si había que defenderlos se revolvía como una fiera contra el que tratase de perjudicar a alguno de sus "muchachos". Cuando las cosas marchaban bien, era un amigo más, pero si comprobaba que no iban como debieran ser por culpa de la desidia de alguien, entonces salía el don Pascual muellero y temible. Su personal era el que más cobraba, esto le enorgullecía, pero también el más trabajador. Sus muchachos estaban compuestos por unos 40 hombres. Pero qué hombres?

Como a todos el Muelle se lo fue comiendo, hasta que tuvo que dejar su actividad en plena juventud. Fue una verdadera pena que tuviera que retirarse, pero su salud fue minándose con los años y la presión del trabajo y es que los muelles son algo terrible para aquellos que se entregan a él.

Evolución

Los trabajos en los muelles fueron evolucionando a pasos agigantados, especialmente en los últimos años para terminar en la gran realidad actual. Los trabajadores son apreciados, respetados y considerados. Su trabajo se efectúa con todos los adelantos mecánicos y tecnológicos al alcance, ya no se cargan a hombros aquellos sacos de 100 ó 110 kilos. Ya los trabajadores no se marchan por no poder resistir el tren de actividad como antaño; ya no se retiran sin ningún derecho, si no eran fijos.

Si los trabajadores de aquellos años vieran que sus sucesores tienen toda clase de derechos y ventajas, se asombrarían de la evolución tan favorable que ha tenido su profesión. Antes se necesitaba buscar el personal entre los hombres más fuertes mientras que actualmente priman la eficiencia y la eficacia con la ventaja de la óptima mecanización de los medios.