D entro de unos cuantos días finaliza el plazo para acogerme a la amnistía fiscal. Somos un centenar de canarios y unos cuantos más en España los que podríamos disfrutar, por fin, de algo de tranquilidad, después de años y años nerviosos sin saber dónde estafar sin llevarte una sorpresa.

Rebenques y subversivos llevan un muy largo periodo, mayormente desde que comenzó el país a recular, exigiendo que se nos pase por la piedra por retrotraer honradamente nuestras plusvalías en paraísos fiscales, pero coincidirán en que para lo que han venido haciendo los sucesivos gobiernos, y a los hechos me remito, mejor uso hacíamos de los capitales en nuestras manos que en las de la administración. Por otro lado es fácil llamarnos de todo sin conocer el infiernillo que pasamos cuando decidimos poner la hucha a buen recaudo, un lugar que indefectiblemente siempre es lejos, con los prejuicios de tener que coger el jet. Pilotar el jet más de dos horas es cogerme ácido de cajón. Néstor, que va conmigo a todas partes, dice que es por el jet-lag, pero a mí me da que es por el jet a secas, tú, o por lo dura que se pone la jet-a de prevaricar. Tendré que revisar estos detalles con Bombardier, mi habitual proveedor aeronáutico.

Pero los problemas de ser un ácrata fiscal canario, Tinguaro, no están solo en el espacio aéreo. A veces son más terrestres, cuando no totalmente vulgares.

Un compadre también megacapitalista y que ha hecho fortuna reclasificando solares de parques infantiles y ganando periódicamente la lotería -que, por cierto, tengo que decirle a Néstor que ponga sidra en las neveras, porque esta navidad 2012 me toca el segundo premio por tercera vez-, ha tenido que hacerse ¡senador!, qué asco, para escapar del acoso de jueces y medios de comunicación. Cuando a uno de los nuestros le hacen senador celebramos una cena. Es graciosísimo, de cena: senador, no sé si lo cogen. Pues eso, que convocamos una cena enooorme en un estadio americano, porque no es que quepamos precisamente en un Pepe Chiringo, y luego para reírnos de este tolete le damos una capoteada y le hacemos pagar la factura. Lo llamamos Increíble Ritual de tu Primera Factura, o IRPF, y es muy humillante a tope. En esto sí que no tenemos perdón, mira tú por dónde.