El próximo día veintiuno, una vez más, se nos anuncia el fin del mundo, asunto este que ha preocupado de forma recurrente a los humanos, parece ahora estar de nuevo en primer plano de la actualidad, y realmente lo merece por distintos motivos, porque siempre se nos enseñó que los bienes terrenales son perecederos, nunca esta verdad fue tan palpable como ahora que sabemos que el cambio climático parece que va acabar con todo.

El hombre actúa sobre la naturaleza ignorando la esencia de sus leyes y las fuerzas con que el incauto juega. La tala de bosques es la causa de sequía e inundaciones torrenciales, de igual manera que el agujero en la capa de ozono lo es en el cambio climático que estamos sufriendo y que no es otra que la propia especie humana con la necedad que la caracteriza la que se está encargando de destruir todo lo que se le pone por delante y mucho más.

Las inmoderadas capturas de especies alteran el ecosistema. La energía nuclear, la contaminación... Después, ¿quién sabe? El afán depredador del hombre irá siempre en aumento, hasta que un día la nave de la civilización se estrellará contra el escollo de la fatalidad: escollo tan profundamente oculto en el seno de las fuerzas de la naturaleza, que el hombre no podrá advertirlo ni evitarlo. Con toda certeza un día será el último de nuestro ciclo humano. Catástrofe universal que está en los símbolos de todas las religiones.

Todos, desde tiempo ancestral han profetizado el fin del mundo, el abate Eugenio de la Four, el Apocalipsis, San Malaquías, el fin del calendario maya y otros muchos, afortunadamente se equivocaron pero, tanto va el cántaro a la fuente que no está de más que comencemos a ir pensando que el día menos pensado aparezca el ángel exterminador, los cuatro jinetes del Apocalipsis o todos juntos a la vez y nos den sopas con onda. No es que un supuesto meteorito se estrelle contra la Tierra, no, es que ya nos hemos estrellado nosotros solitos y no nos hemos dado ni cuenta todavía.

De momento parece que la sangre no va a llegar al río . No hay, pues, demasiados motivos de alarma, aunque con la que nos está cayendo, deberíamos empezar a preocuparnos.

Cuanto antes nos percatemos de que nuestro destino está en nosotros mismos, y no en las estrellas, tanto mejor para nosotros.