La jubilación, la reserva activa, la abdicación, la renuncia. Son expresiones para definir un cambio personal, profesional y social que significa un retiro, un apartamiento de un cargo, de un puesto. Hay quien sostiene que el papa Benedicto XVI con 85 años aún puede sorprender a la cristiandad al anunciar su renuncia a la sede de Pedro. Un gesto sin precedentes para marcar la historia de la Iglesia. ¿Qué diferencia al obispo de Roma de sus hermanos en el episcopado que presentan la renuncia a los 75 años? Algo parecidos ocurría en la Real Academia Española de la Lengua donde la eternidad acompañaba a la dignidad de los académicos en el propio sillón con sus cargos y tareas, hasta que se decidió marcar un límite temporal. Como en la exigencia evangélica de Tomás, los académicos tuvieron que meter el dedo en la llaga para decidir el cambio de estatutos y "jubilar" a los ilustres que dan brillo a la lengua española. Estaba en el uso de la palabra Rafael Lapesa y Dámaso Alonso preguntó a sus compañeros de sillón quien era el distinguido interviniente en aquella académica sesión. La experiencia, recogida oralmente de una conversación con Alonso Zamora Vicente, sirvió para que se decidiera poner un límite temporal a tan trascedente función. ¿Está el Rey en plena forma como explicaba en su entrevista con Jesús Hermida? Y quienes contemplan al Monarca en tan buen estado recuerdan a los que allá por 1974 en una recepción con Francisco Franco, ya con un saludo mecánico y agonizante, salían del Pardo relatando que el general estaba "en tan buena forma como cuando salió de Gando". No comparte ahora el jefe del Estado ni la edad ni la salud que precipitó el final de su predecesor, pero ya se encuentra con dificultades para atender algunas de sus inevitables obligaciones reales. Sabino Fernández Campo ya le había advertido, por menos descalabro y años antes, que un monarca en esa situación "sólo podía regresar de las cruzadas". Las muletas del Rey pueden sostenerse con el argumento de Juan Pablo II, de que la Iglesia (España) no se gobierna con las piernas sino con la cabeza. En efecto, las exigencias de la vida real, del Jefe del Estado y de los Ejércitos, requieren hoy buena cabeza y las más ágiles extremidades.