Es famosa en las redacciones la verídica anécdota del consejero de UCD y luego de CC Luis Hernández cuando le preguntaron su opinión acerca de una determinada particularidad del REF: "Lo más seguro", dijo con su natural aplomo, "es que cualquiera sabe". Estos días este debe ser el pensamiento de los príncipes de la Iglesia en Roma. No hay un claro favorito del Espíritu Santo para sustituir a título de pontífice al cardenal alemán Joseph Ratzinger. Y, como demuestra la tradición "los designios del Señor son inescrutables".

No valen tampoco las comparaciones. Por ejemplo: el Premio Planeta, que se concede todos los años, desde hace algo más de medio siglo, en el mes de octubre, responde en cada edición a una técnica invariable: un tema que conecte con las preocupaciones mayoritarias de la sociedad en ese periodo. Por eso, en 2012 se premió una obra que contemplaba la crisis, la corrupción, y hasta el nacionalismo, muy de actualidad por el desafío de Mas.

Si la curia -concepto y término latino heredado de la Roma clásica- actuara con los mismos parámetros que el resto de las instituciones mundiales, el nuevo timonel de la barca de Pedro respondería a circunstancias muy precisas y, en su conjunto, de ámbito global: seguir el camino marcado por Benedicto XVI en lo relacionado a la transparencia de los escándalos de pederastia, y su imprescindible judicialización, frente a la estrategia de su antecesor, Juan Pablo II, de ocultarlos y resolverlos, o no, en el ámbito interno. Esta, además, es la era de Internet. Del conocimiento, descarnado y sin fronteras. Y este conocimiento radical exige saneamiento y ejemplaridad.

Y controlar a los jabalíes, lobos y cuervos que han desviado a la Iglesia de su camino, una vez más. Defender la dignidad de los pobres que no han conseguido su inclusión en el universo de los derechos, y a los que los han perdido en medio de una tormenta perfecta desatada por la codicia desenfrenada. Luchar contra la avaricia depredadora con el mismo tesón (integrista) con que se lucha contra cualquier modalidad de aborto, o contra el profiláctico condón en tiempos de sida, o la píldora. Amparar teológicamente el Estado de bienestar desde la misma figura de Jesús de Nazaret que lo plasmó en la mayor parte de los milagros narrados por los evangelistas: sanar a los leprosos, a los tullidos, a los ciegos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, enseñar al que no sabe, consolar al que llora...

No se puede entender que las jerarquías eclesiásticas, que tanto se manifestaron contra Educación para la Ciudadanía, el relativismo y las leyes de progreso, permanezcan inmóviles, como estatuas de sal, ante la confiscación de las políticas públicas. Ayudar a los banqueros y no a los necesitados, resolverle los problemas a los causantes de la crisis económica y no a las víctimas, no es comprensible desde un punto de vista moral. Es una parábola a la inversa. ¿Y el ejemplo de Cristo echando a latigazos a los mercaderes del templo?

Tampoco es un imposible retórico. Frente a la imposición de estrategias mercadocráticas -el mercado es el equivalente contemporáneo a la adoración del Becerro de Oro- Barack Obama ha hecho una cerrada defensa del Estado de bienestar en su memorable discurso a la nación en el que argumentó apasionadamente la inmoralidad de cargar sobre las espaldas de los necesitados la dureza del ajuste sin pedir un esfuerzo paralelo por parte de los poderosos. Es decir, el modelo intransigente de Merkel y los neoliberales europeos no es ni único ni imprescindible. La Casa Blanca demócrata ha elegido otro camino, y la elección está cosechando notables éxitos en la reindustrialización, el crecimiento, y en la lucha contra el paro.

Otra característica de estos tiempos es un resurgimiento de la corrupción como contrapoder. Cada vez que en la historia -desde el Imperio Romano hasta ahora- se entrega todo el poder a los ricos, siempre se produce el mismo fenómeno: el deslizamiento hacia formas aristocráticas tradicionales, que suelen terminar en grandes caos y revueltas sociales.

Los cardenales representan un reino que no es de este mundo pero que vive en él. Un mundo convulso, con desequilibrios que aumentan en vez de disminuir, con un ciclo económico que se está convirtiendo en una tragedia de proporciones desconocidas en el último siglo. Un 'golpe mundial de Estado' está trastocando las mismas bases de la convivencia y del contrato social que hace factibles la democracia y los derechos humanos. O el Cónclave elige 'las sandalias del pescador' o la Iglesia verá impotente la desafección masiva. Porque la fe también hay que ganársela. Si no es útil, termina por perderse. En el fondo, es la lógica infernal del mercado.