Mañana, 26 de marzo, día de San Cástulo, mártir, se celebrará el muy pomposo debate del estado de la nación canaria. Si nos atenemos al saber popular, que establece que un médico cura, dos dudan, y tres, muerte segura, podríamos deducir que para conocer el estado de la nación no se requiere debate. La nación está muy malita, en estado comatoso, y ponerse a alegar sobre cómo se encuentra el precadáver es una absoluta falta de respeto.

Son numerosos los testimonios de personas que han pasado en este trance, en el que parece que el sujeto ya está en el limbo directamente, y luego recuerda con retranca que tal primo, tal tío, o tal cuñado mal amañado se andaban repartiendo sus cosas antes de trasponer. Porque el paciente, aunque permanezca en situación latente, tal y como se encuentra el archipiélago en estos momentos, lo oye, lo escucha todo.

Y no sé si han hecho la cuenta pero anteriores debates no han hecho más que empeorar la mejoría. No salen de estos sesudos intercambios de diagnósticos un mínimo tratamiento que resuelva la patología, sino más bien todo lo contrario.

Así, el archipiélago, que no es tonto, tiembla con palpitaciones por el canguelo que le produce las vísperas del debate y, lo hace a su manera, con terremotillos por El Hierro, que es su forma de expresarse.

El siente que sobre su superficie se está produciendo un exceso de vacilón, una caída del PIB, un aumento desaforado del mano sobre mano, y que le van a chupar hasta los hidrocarburos. De ahí los síntomas: sismos, achaques de ventoleras, repentinas lluvias tras pertinaces sequías y un fuerte oleaje que se sale de marea.

Luego ponerse a debatir en los términos a los que han llegado los debates, queridos indígenas, es alargar la agonía. Observarán que la sustancia no se centrará en una solución viable. Verán como el médico Rivero asegurará que el enfermo terminal se encuentra mejor que nunca y a punto de quitarle el catéter, y la oposición se decantará por enterrarlo y repartirse los restos. En fin, un gasto más de luz, Rigorito.