Creo recordar que fue a finales de 2012 cuando leí en LA PROVINCIA/Diario de Las Palmas que el tema elegido para los Carnavales de 2013 a celebrar en la ciudad de los Faycanes, mi querido Telde, era Londres, y según contaban en el artículo era debido a que era la cuna del pop.

Londres y los años sesenta y setenta, lo confieso, no pude evitar recordar y sentir añoranza, recordar los viejos tiempos con sus buenos momentos (les aseguro que fueron muchos); pero trato de zafarme de esa falsa nostalgia que me inunda el corazón, procurando no olvidar lo que sé que es una certeza, que la vida en todos los aspectos es mucho más bella y mejor ahora que cuando era joven.

No quiero decir que mi juventud en Londres fuese una mala época, nada más lejos de la realidad, fue una época fantástica. Incluso a pesar de que en aquella época (en los cincuenta) la ciudad fuese una ciudad oscura con sus edificios ennegrecidos por el humo de las fabricas y con su densa niebla, y que todavía quedaban montones de escombros en algunos solares y edificios destruidos por los bombarderos alemanes cuando asolaban la ciudad dejando caer una lluvia de bombas V1 y V2 durante la Segunda Guerra Mundial, la ciudad me enganchó y con los años se convirtió en mi segunda casa. Mi simpatía por Londres, tal y como la veo en la actualidad, tiene causas muy variadas y hasta difíciles de explicar; la edad o el paso del tiempo es posible que sea una de ellas, ya que el Londres que recuerdo es muy diferente de cómo es ahora.

No quiero decir que el Londres actual no me guste, cada vez que voy disfruto muchísimo, pero cada vez más pienso que en gran medida es por el peso del recuerdo de lo que en su momento viví en ella y el espacio que esos recuerdos ocupan en mi corazón. Las personas, los lugares y los momentos vividos que se quedan como grabados en nuestra retina, son los que conforman nuestra percepción inconsciente; son sobre los que se asienta nuestros recuerdos y nuestra añoranza. Las personas sobre todo.

Una de esas personas que marcaron mi paso por Londres fue Jack Cross, alguien con quien logre con los años entablar una buena amistad, fue Presidente del Liverpool Fútbol Club durante muchísimos años (cada vez que el equipo jugaba en Londres contra algún equipo de la ciudad me enviaba dos entradas de tribuna a la oficina, con una nota que decía "por si te apetece acompañarnos"). Aún recuerdo el viaje en barco que hicimos desde Southampton a Gran Canaria cuando vino con su mujer. Era un autentico gentleman que recitaba de memoria a muchos de los grandes escritores ingleses, era un caballero de los de la vieja escuela, de los que ya no quedan, de los que forman el paisaje de mis recuerdos de la ciudad que ya no es.

Al sentarme a escribir este artículo de opinión y analizar lo que es y lo que supone el paso del tiempo en la forma en la que conformamos nuestras percepción de la vida, me he acordado de Jack Cross porque una de las frases que más repetía era una de William Shakespeare que dice que "el pasado es el prologo de nuestra vida". Y no puedo estar más de acuerdo, el Londres que viví y conforma mis recuerdos es el prologo del Londres que hoy disfruto, y este el prologo del Londres que disfrutaré.