Leemos el testimonio de nuestro "memorialista" don Isidoro Romero Ceballos: Habiéndose acrecentado la afición con la novedad de haber fondeado, a primeros de marzo de 1796, en este puerto de La Luz una escuadra holandesa de nueve buques entre fragatas y navíos de línea, a quienes fue preciso socorrer la mucha falta que tenían de víveres y agua. La cual se mantuvo fondeada mes y medio, dando tiempo a que se restableciesen de su salud la mayor parte de las tripulaciones que estaban tocadas de escorbuto y calenturas pútridas, muriendo muchos de ellos como se manifestaba por los cuerpos que con frecuencia arrojaba el mar a las playas, lo que dio motivo a la Junta de Sanidad para pasarles un oficio al comandante de dicha escuadra por medio del señor gobernador de esta plaza pidiéndole.

Primero, que los dos buques destinados para hospital los hiciese fondear lo más fuera de la bahía, distantes del fondeadero de los del tráfico de estas islas y de dicho puerto. Segundo, que prohibiese que sin licencia de la plaza no se atracase lancha ni gente del país a bordo de sus buques y, finalmente, que se permitiese ser reconocidos por médicos de esta ciudad la clase de enfermedad de que estaban infestadas sus tripulaciones, a lo que contestó concediendo los dos primeros, negando este último, pero asegurando bajo de su palabra de honor que no había contagio ni peste, sino las enfermedades [detectadas] arriba escorbúticas. Y no obstante esos recelos, [de haberse negado la última de estas previsiones por la Junta,] a pesar pasaron a bordo, por muchas veces numerosas partidas de señores y señoras de las más distinguidas de esta ciudad a disfrutar los convites y refrescos [a bordo de las embarcaciones] del dicho comandante y capitanes de dichos buques, habiendo correspondido el señor gobernador de esta plaza con uno, a que los convidó, muy espléndido, en las casas de su habitación. (En el Palacio Militar, donde habitaba). Al fin al tiempo de levarse, cometieron la in[h]umanidad por algún resentimiento particular de matar de un fusilazo que graduaron [fingieron] de casualidad al sargento José Arzola, comandante del destacamento del castillo de dicho puerto, estando a una legua del agua a tiempo que se despedía de la playa el último bote de dichos buques que estaban ya a la vela.