El taxista, pobre, no tenía ninguna anécdota de taxista. Llevaba 15 años trabajando y no se había tropezado con ningún pasajero raro. Todos eran gente normal, educada. Eso me dijo cuando trabé conversación con él.

- A mis compañeros les ocurren cosas todos los días.

-¿Qué clase de cosas?

- Rarezas. Pasajeros que parecen esto y son lo otro. Gente que cuando llega a destino dice que no tiene dinero. Atracadores, no sé, algunos hasta ligan con las clientas.

A mí, en 15 años, no me ha pasado nada, de modo que a veces, para no quedar mal, me invento una historia. Pero siempre tienen algún defecto. Mi mujer me pilla enseguida. ¡Vaya bola!, me dice.

Pensé que un taxista al que no le había ocurrido nada extraño en 15 años de profesión era un taxista raro. O un taxista tan hecho a lo inaudito que ya no era capaz de verlo.

- El pasajero que ha cogido antes que a mí, ¿era hombre o mujer? -le pregunté.

- Una mujer.

- ¿Y adónde iba?

- A la avenida Belgrano con la avenida paseo de Colón.

Reflexioné unos segundos.

- Pero eso -dije yo- no está en Madrid, está en Buenos Aires.

- Es lo que le dije a la mujer. Lo sé porque soy argentino.

- ¿Entonces la mujer no se había dado cuenta de que estaba en España?

- Parece que no. No sé si era un despiste o qué.

- ¿Y qué hizo usted?

- Estuve dando vueltas con ella, hablándole hasta que, de a pocos, le fue viniendo la memoria y se acordó de que estaba en España. Había venido a una reunión de cardiólogos que se celebraba en el Palacio de Congresos.

- Pues ahí tiene usted una anécdota, hombre.

- ¿Usted cree?

- Sin duda.

El taxista puso cara de escepticismo, así que comenzó a darme un poco de miedo.

No dije nada durante el resto del trayecto.