La gula es un pecado venial que a pesar de ser leve, intrascendente y minúsculo, para la iglesia católica es un yerro, una infracción del espíritu o un desliz del infractor, del falible ser humano que se imbrica conscientemente en la tentación prohibida a pesar de conocer la sentencia.

Hace poco, paseando en un atardecer maravilloso con mi augusto esposo por nuestra maravillosa avenida de la playa de Las Canteras, acompañados por un matrimonio amigo mientras hablábamos de la vida y otros temas donde teníamos o no la razón (pues como alguien alguna vez dijo "nada es verdad, nada es mentira, pues todo depende del cristal con que se mira"), decidimos todos a una acercarnos a una confortable y conocida cafetería (maravilloso refugio terrenal) cerca de la playa a tomarnos un té calentito y un buen trozo de esas exquisitas tartas de chocolate y nata, que a veces son tan necesarias para el cuerpo como el aislamiento acústico de una casa en una calle ruidosa. Servidora, tragona como siempre, pedí doble ración de las mismas y otra de limón, que me encanta, más unas pastas variadas y exquisitas que andaban las pobres descolocadas esperando por mí. Y aún recordando aquello que decía nuestro Miguel de Cervantes, "come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago", eché pelillos a la mar porque hay momentos maravillosos en que este tipo de meriendas nos dan la oportunidad de revitalizarnos y dejarnos con unos cachetes como un poncho mejicano, lo contrario al ayuno que aunque bueno para los exagerados de las dietas, es una mortificación para los carpantas.

Pero la desmesura nunca es buena, y en este caso fue tanto lo que me desmadré merendando que estuve a punto de pedir que me mandaran refuerzos para levantarme de la silla. La tragonería, la intemperancia en el comer es un pecado en el que no debemos caer, aunque no lo vio así Jesús cuando nunca dejó que sus discípulos ayunaran, recomendando, "lo que yo quiero no son sacrificios, sino misericordia". Aunque creo que la misericordia no está reñida con disfrutar de un buen tazón de chocolate con churros, por ejemplo. Vamos, digo yo.