Escuchar el trino de un pájaro o contemplar su vuelo puede ser una cosa común y también un milagro. Depende del propio oído y de la propia mirada. No parece pues extraño que los mejores poetas hayan dedicado poemas al menos a un pájaro determinado. ¿Quién no se acuerda, por ejemplo, del albatros de Baudelaire, torpe en tierra y majestuoso en el aire, o del pájaro solitario de Leopardi? En el caso que nos ocupa, la poeta Berbel no se conforma con un solo pájaro. Ha publicado en la editorial Vitruvio un nuevo libro de poemas, el cual se asemeja, tal y como afirma con acierto Alicia Llarena en el prólogo, a "un tratado de ornitología existencial o incluso metafísica".

Son cien poemas de pájaros de toda índole que revolotean libres en las páginas de este libro, cuando no permanecen enjaulados o anillados a modo de denuncia de la maldad humana. Pájaros "siempre trayendo primaveras,// siempre espantando los otoños,// mientras los pajareros ponen trampas y hacen jaulas// de la misma materia de la que nace la frivolidad".

Tal vez de ahí el título del libro: Ciento volando. Una apuesta de Berbel por el respeto a la naturaleza, casa embrujada a la que sabe sacarle el jugo. A la vez es un homenaje a la libertad, la imaginación y la belleza. Los poemas están escritos con elegancia, sentido de humor y de esa manera juguetona que caracteriza la poesía de Berbel. Convertidos los pájaros en símbolos, se vuelven espejo del interior humano, en sus diferentes vertientes y con todas sus paradojas y luces y sombras.

En este sentido, el poemario de Berbel habla también de su forma de observar el mundo. Capaz de "mirar de frente, // plantarle cara al viento //mientras se pueda volar", no olvida tampoco "esperar el otoño de cada año //y agradecer los días y el vuelo".

Es, me parece, un modo de extraerle a la vida, sin dejar de afrontar sus punzadas, el mejor lado. Así cuenta sobre los pensamientos de un pájaro, como si hablara de sí misma: "Cuando llegue el otoño// bailaré con las hojas".