El último libro de Juan Cruz Ruiz (Viaje a las islas Canarias. El País-Aguilar, 2013) puede parecer un texto para viajeros, turistas o trotamundos, pero es todo lo contrario. Es literatura en estado puro. El escritor se inspira en un texto que el escritor vasco Ignacio Aldecoa escribió sobre las islas hace sesenta años, Cuaderno de godo, para realizar una nueva introspección en esas mismas islas, ahora distintas, porque el boom turístico ha cambiado su paisaje físico y humano.

Como en toda su obra (posiblemente sea Juan Cruz el escritor más denso y rico en contenidos de nuestra narrativa contemporánea), el autor deja constancia en este viaje sentimental de su extraña y ambivalente relación con la palabra, adorada como afirmación de vida (opino, fabulo, sueño, amo, escribo, luego vivo). Es una literatura que no nos deja vivir del todo, que no es capaz de hacérsenos indiferente; sus textos nos implican porque, detrás del esteta que sin duda es Juan Cruz, está el paisajista de interioridades mentales.

A veces nos parece que sus constantes referencias autobiográficas (las que hace sobre el hogar de su infancia en el Puerto de la Cruz y las comidas de su madre en las primeras páginas del libro son conmovedoras) no solo aluden a su propia aventura existencial, sino también a la nuestra, a la de todos, porque su libro es un delicioso condimento de memoria común, de reflexiones sobre el paisaje, la soledad o el viaje, el viaje en este caso como alusión al paso por la existencia.

En este libro también vuelve a estar el tic del escritor que es Juan Cruz como hijo de la manía profesional, periodística, de tomar notas en servilletas y llenarse de sensaciones el bolsillo de la camisa para archivar los instantes. Por eso hay muchos personajes, conocidos (desde Humboldt a Unamuno, de Shakespeare a Bretón, de Alberti a Saramago, de Grass a Manrique) o anónimos, a lo largo de unos textos de impecable factura estilística. Les animo a adentrarse en este viaje a través de su escritura, donde nos sobra prácticamente todo lo que llevamos con nosotros. Incluso es excesivo decir que viajamos: en realidad estamos siempre sobre la vertical del mismo desencuentro, situados, como Samuel Beckett, en torno a unas islas que nunca quisimos abandonar.