La muerte a los 87 años por una embolia de Margaret Thatcher, ex primera ministra británica entre 1979 y 1990, está suscitando la natural mitificación que lleva aparejada la muerte de los grandes protagonistas.

En las primeras reacciones necrológicas ante el fallecimiento de la dama de hierro el impacto, y el posterior análisis, se envuelven del celofán de la emotividad y su secuela lacrimal. Su condición de mujer nacida para mandar, de firme líder euroescéptico y nacionalista, de política arrojada que frente a los consejos de su propio entorno masculino y militar decidió declarar la guerra a Argentina para recuperar la plena soberanía británica, desplazando una escuadra invencible... Todo eso, y su determinación para 'modernizar' el Reino Unido: la flexibilización laboral, la flexibilización financiera, la ola de privatizaciones destinadas a mejorar la eficiencia de los servicios generales, mientras dejaban de ser progresivamente públicos... Los hechos, considerados aisladamente, no tienen el mismo significado que enlazados por la cadena que da sentido de globalidad. Una pieza de un reloj puede ser perfecta; pero basta con que alguna no se integre perfectamente en el engranaje para que la máquina adelante o atrase o se pare.

Desde este punto de vista, la reflexión sobre la generalidad no arroja el mismo resultado que las magnificadas epopeyas puntuales de su mandato. En Europa, se perdió el tiempo y se incrementó la desconfianza hacia el continente. La sanidad y la educación al cabo de los años ya no son un motivo British de orgullo nacional tras la demolición tory de esos símbolos de identidad, que acompañaron a los pioneros agua, gas y electricidad, y que antecedieron al gran error, ya en era Major, de los ferrocarriles.

La City ha extendido los tentáculos para mover el dinero sucio de la Unión Europea con varios paraísos fiscales a sus órdenes para capitalizar los males de sus socios. Por cierto, qué acierto del destino que uno de los más voraces sea el de las islas Caimán.

Thatcher y Ronald Reagan formaron una pareja de hecho como punta de lanza del emergente neoliberalismo que a las órdenes de las multinacionales y la industria financiera estaba desplazando al humanismo representado en Europa por la democracia cristiana, artífice, con los socialdemócratas, del concepto y la arquitectura de estado de bienestar. En Estados Unidos, el propio Partido Republicano mantuvo, hasta George Bush padre, una sana distancia con los tiburones. El presidente republicano Eisenhower, militar laureado, héroe de la II Guerra Mundial, había aconsejado a los norteamericanos que mantuvieran a raya al poderoso "complejo militar industrial".

Con Reagan y Thatcher trabajando en sincronía, entre ellos y con los mercados financieros, donde el dinero se estaba librando poco a todo de los controles preventivos que entorpecían su independencia de las reglas de la democracia y el sentido común, se fueron creando las condiciones para la crisis que, a finales de la década de los noventa del siglo XX, comenzó a hacer explosión. Pero el material inflamable se había ido fabricando, y almacenando, desde los gobiernos que habían dejado de ser conservadores para pasar a a ser neoconservadores.

El problema para la una y el otro es que la historia suele funcionar en fases: primero, inevitablemente, se considera una biografía en función de episodios, que es más o menos lo mismo que condensar una biografía en un par de frases rotundas o ingeniosas. Véanse los libros de citas: el mismo autor las puede tener contradictorias. La cercanía a la gente de Ronald Reagan, su simpatía y afectuosidad en las distancias cortas, su encanto telegénico de actor, han hecho de él uno de los grandes presidentes; consideración que se va diluyendo con el tiempo en paralelo a la aparición de los efectos secundarios de sus políticas desregularizadoras. Un medicamento puede ser maravilloso contra el tumor, pero si produce un infarto, puede ser peor.

Margaret Thatcher es responsable en una buena parte, que es mucha, de la actual situación de declive de su país, y de la devastadora crisis de amplio espectro que se abate sobre las economías europeas. A pesar de sus éxitos parciales en una recuperación económica que no dejó de ser cíclica. Hasta el desnortado seguidismo de Cameron ilustra el peso de su herencia.

Una fotografía polaroid envejece pronto y no deja memoria. La vida digital, sin embargo, permite llegar desde la primera huella hasta el fin del camino y parece gozar del don de la eternidad, que para algunos es una auténtica maldición. Pero para la ciudadanía, una ventana indispensable a la verdadera realidad