Aun si el escrutinio fuese riguroso, la diferencia del chavismo sobre la oposición habría bajado de 15 puntos en las elecciones del pasado octubre a punto y medio en las del domingo. Venezuela ya estaba enfrentada por mitades, pero este resultado radicaliza la fractura. El líder en ausencia, aquejado de enfermedad terminal, ganó hace seis meses lo que su "encargado" sucesor ha dilapidado cocinando una santificación laica y abusando indecorosamente de los medios públicos de comunicación. El país tiene muy oscura la salida de la década autoritaria. Capriles no acepta el cierre que el Consejo Nacional Electoral presenta como definitivo, y tanto un nuevo recuento, voto a voto, como el estudio neutral de las 3.200 irregularidades detectadas por los presuntos perdedores, pueden dar un vuelco a los resultados y al poder.

En el mejor de los casos para Capriles, Venezuela seguiría partida y ante una muy difícil neutralización de los riesgos subversivos. No es la abstención, escasamente relevante, la causa de esa polaridad. Lo que está ocurriendo refleja fielmente una realidad política y social paralela de la dicotomía ideológica. Una opción populista, personalista y milagrera se enfrenta a otra que intenta gobernar en hora con el mundo libre. En consecuencia, la equilibrada división del voto entre dos solas ofertas no es el bipartidismo que regula la alternancia en las democracias desarrolladas, sino expresión de la antítesis de dos culturas, dos mundos y dos conceptos del poder político, cuyos portavoces no eluden como debieran las luchas cainitas ni la pulsión del odio. La campaña electoral ha sido inequívoca.

Ni el peronismo, ni el chavismo, ni el castrismo cuando desaparezcan los hermanos pudieron ni podrán sobrevivir a sus titulares en condiciones de mínima "pureza". Todo se deforma, manipula y aprovecha cuando el autócrata desaparece. Ni siquiera como confirmado presidente podría Maduro sentirse satisfecho de su resultado, ni cauterizar con estabilidad y buen gobierno la hemorragia del voto pedido en nombre de Chávez. Hasta ahora se ha presentado como abducido por la personalidad de aquel y cualquier cambio le irá en contra si, como hace temer su campaña, carece de dones propios para reciclar el carisma "bolivariano". La precaria mayoría no podrá con tapón parlamentario y la tentación del golpismo pseudoinstitucional le apartará previsiblemente de los foros de negociación que convienen a su país, confinándole cada vez más en el regazo cubano, el más senil y efímero de la región. Los demócratas que defienden el chavismo frente al presunto servilismo de Capriles con EEUU no deberían olvidar que las ideologías se legitiman en la libertad. Lo demás será lo que sea, pero no democracia.