El papa Francisco habla con Rajoy de los padecimientos del pueblo español por la crisis y el paro, mientras que Rouco Varela "exige" cambios en las leyes del aborto y el matrimonio homosexual. Parece un reparto de los roles de policía bueno y policía malo, pero también podrían ser las condiciones del cardenal a una visita española de Francisco, invitación formalizada por el jefe del gobierno en su reciente audiencia. El hecho de que ambas expresiones sean del mismo día no se concilia con la finura de la diplomacia vaticana, más sinuosa y nunca tan explícita en asuntos de "trueque". Las obsesiones de Rouco pueden reflejar la postura oficial de Roma, pero también exagerarla en la medida de los reveses del nacionalcatolicismo durante la etapa Zapatero, nunca encajados por el jerarca español a despecho de su legitimidad democrática y las correspondientes sanciones de constitucionalidad. El expapa Ratzinger fue impotente contra el caciquismo curial, y el papa Bergoglio aún no ha tenido tiempo de reciclarlo en su ideario conservador pero "franciscano"; es decir, humanista y solidario con los problemas de la gente y hasta con sus errores si los hubiera. Tal vez sea éste el motivo de la disonancia cardenalicia.

Por el momento, la voz del papa es bastante más dulce que la del cardenal, y, por supuesto, más importante en doctrina y praxis. Rouco llegará previsiblemente a la edad dimisonaria durante el pontificado de Francisco, y no hay que descartar su prisa en saldar cuentas antes del posible relevo del complaciente gobierno conservador. De todas maneras, si formuló un condicionante a la visita lo tiene crudo porque lo realmente dudoso es la oportunidad de una nueva visita papal después de las muchas cursadas por Wojtila y Ratzinger sin resultados apreciables en la "recristianización" de España, cuya vertiginosa laicización es coherente como ciclo de retorno de los excesos nacionalcatólicos que en parte siguen vigentes. Estas visitas de tan cuestionable necesidad en la esfera civil, y acaso también en la religiosa, resultan carísimas para los países anfitriones. España no está para distraer recursos en lo que no sea absolutamente eficaz para aliviar el paro, la pobreza y la aniquilación de las clases medias, temas a los que Rouco se ha referido una sola vez, sin demasiado énfasis.

Rajoy tendrá problemas con su invitación si excede el ámbito de las buenas relaciones diplomáticas, como corresponde a un estado no confesional. Las onerosas concentraciones masivas que acompañan a los papas son inconcebibles en hipotéticas visitas de Obama, Putin, el chino Jinping y algunos otros en cuyas manos podrían estar ciertas claves de redención del sufrimiento español. La audiencia vaticana del pasado domingo fue muy grata por diversas razones, entre las que no se cuenta la "condicionalidad" de Rouco ni su eco inmediato en el ministro Gallardón. Como si faltasen problemas -gravísimos- en este país, supuestamente tan pecador.