Como si su dueño hubiese salido un momento para no regresar jamás, en el interior de esta tienda el tiempo parece haber sufrido una detención abrupta, tal que una casa de Pompeya. La prospección ocular entre las capas de polvo revela que el establecimiento, del que ignoro su nombre porque no conserva ningún letrero en la fachada, se nutría de turistas en tránsito por Las Palmas, como los que frecuentan el hotel Imperial Playa, en el lado opuesto de la calle Ferreras. En el escaparate la araña y el escorpión ocupan un sitio intercambiable con las porcelanas con motivos típicos y los portarretratos recubiertos de conchas marinas. Pero lo que la tienda ofrecía como mercancía indisociable del cuerpo disecado de estos animales no tiene otro lugar de reposo que la certeza de su propia negación.

El escorpión y la araña están conservados en cajitas etiquetadas con su nombre científico: Eurypelma spinicrus, la araña -que es entonces una tarántula (Wikipedia dixit)- y Palamnaeus fulvipes, el escorpión -que resulta ser un escorpión negro de Malasia (ídem)-. También como en las vitrinas de los museos de Historia Natural del siglo XIX, el cristal del escaparate genera ante nuestros ojos un efecto de distante proximidad con estos objetos, que podemos ver pero no tocar. Y como en estos antiguos gabinetes científicos, la exposición de estos cadáveres que jamás se pudrirán los muestra como representantes de especies cuyas características y hábitos habremos de recrear en nuestra imaginación, pero excluye automáticamente la aprehensión de su muerte.

Tal que cuando era niño, cuando de la mano de mi madre me demoraba ante el cocodrilo disecado de cierta tienda del Mercado del Puerto, contemplo los cuerpos de estas criaturas atrapadas en el estremecimiento de su última agonía y penetro en un mundo de lejanías, en un tiempo más allá de la memoria que permanece inmóvil, inmenso y resplandeciente en algún rincón remoto de mi espíritu. Criaturas con connotaciones terroríficas, la tarántula y el escorpión, me atraen como el sonido de las olas que con frecuencia oímos resonar en la espiral abierta de las caracolas marinas, de las que este escaparate ofrece también un pequeño muestrario.

Prosigo mi paseo hacia la playa de Las Canteras y dejo que las cosas de esta tienda reanuden su profundo sueño. Así continuarán hasta que otro paseante distraída las redescubra y, en la intensidad del asombro, las vuelva a despertar.