Cada vez son más las voces, incluso en la propia Alemania que ponen en duda la supervivencia del euro, al menos tal y como lo conocemos hoy.

Las dudas no se limitan a la derecha con el surgimiento de la nacionalista Alternativa para Alemania, se extienden a la izquierda del espectro político con intelectuales como Fritz Scharpf o Wolfgang Streeck, ambos sociólogos del Instituto Max-Planck, de Colonia.

Este último ha publicado recientemente en su país un libro titulado Gekaufte Zeit (Tiempo comprado, editorial Suhrkamp), en el que se refiere a la moneda común como experimento fallido y aboga por su abandono más pronto que tarde y la vuelta a un sistema de tipos de cambio flexibles. Streeck ve en la introducción del euro una especie de conspiración para dar vía libre al gran capital, neutralizando a los sindicatos, en una Europa postnacional, siguiendo la pauta marcada por el economista liberal Friedrich A. Hayek en un ensayo que se remonta a 1939.

Son voces nuevas las que se elevan en el seno de una socialdemocracia que en su día saludó la moneda única como una esperanza para lograr crecimiento y ocupación en Europa y hacer frente en común a los desafíos de la globalización, incluidos los ataques especulativos contra las monedas nacionales.

Para dirigentes de la izquierda alemana como Oskar Lafontaine o Rudolf Scharping, el euro debía contribuir a consolidar las conquistas del Estado del bienestar europeo, ese mismo que ahora parece estar en peligro por culpa de la política de austeridad "über alles" que impone la Alemania de Angela Merkel.

Si los franceses y otros europeos occidentales vieron en el euro la forma de atar corto al país central de Europa, el resultado parece ser justamente el inverso: Alemania se ha convertido en la potencia económicamente dominante, la que marca el paso a los demás.

Para la revista Berliner Republik, próxima al Partido Socialdemócrata Alemán, la unión monetaria ha terminado creando desconfianza y enemistad entre los pueblos europeos en lugar de aproximarlos, como era la intención original.

La dirección del Partido Socialdemócrata, incluido su candidato a la cancillería Peer Steinbrück, sigue defendiendo, sin embargo, la moneda común aunque propugna un cambio de política que impida que se profundice la recesión en los países del Sur.

También desde la izquierda, aun defendiendo la conservación del euro, propone como remedio frente a la crisis un control de capitales y una devaluación de hasta un 40 por ciento de la moneda única.

Y otros economistas abogan por un doble euro: es decir la división de los países que componen la eurozona en dos espacios monetarios cada uno con su propio euro. Frente a ello, algunos expertos, como Stefan Homburg, profesor de la Universidad Leibniz, de Hanover, argumentan que un euro propio de los países del Norte -Alemania, Holanda, Finlandia y otros- sería tan inestable como el actual.

En un ensayo publicado en el periódico suizo Neue Zürcher Zeitung, Homburg vaticina una disolución espontánea, y no ordenada, de la moneda común, que comenzaría precisamente por los países del Norte.

El experto alemán, para quien un retorno a las monedas nacionales sería mejor que la actual situación tanto para la economía como para la paz social en el continente, señala precedentes como la Unión Monetaria Latina, en la que las fuerzas centrífugas se desataron precisamente por Suiza y Bélgica, y no por Italia, Francia o Grecia.

Y recuerda unas palabras del conocido sociólogo alemán Ralf Dahrendorf según las cuales no hay ejemplos históricos de una democracia viable fuera del marco nacional, a las que suma su propio comentario de que tampoco hay ejemplos de una moneda que funcione fuera de ese marco.

Cita como ejemplos históricos, además de la Unión Latina, las también fallidas uniones monetarias de Escandinavia o el acuerdo monetario de Viena entre Austria y varios Estados alemanes.