En unas últimas semanas de entrevistas, concretamente, la que recoge las afirmaciones de Wolfgang Schäuble en el ABC del domingo 26 de mayo, es la más oportuna para comprender lo que es un político serio. También para tomar aire en medio del temporal y mirar el horizonte. Cuando uno lee sus declaraciones, tiene la impresión de que sabe hacia dónde va. Esta cualidad no es menor en los tiempos que corren. Podemos comprender que no todo será tan luminoso como él lo dice, pero se presiente que hay una agenda, una historia, una perspectiva de futuro, un camino, un plan. Si analizamos otras entrevistas, que tanto revuelo han producido en los últimos días, comprendemos de forma inmediata la diferencia. Hablamos de ruta, agenda, procesos objetivos, realidades. Schäuble no ha dicho en toda la entrevista "Yo esto" o "Yo lo otro". No ha aludido a nada que tenga que ver con una personalidad especial, grandiosa, trascendente. Impedido por tres disparos en un atentado terrorista, no escucharemos una palabra que testimonie una herida. Este hombre traslada a la ciudadanía objetividad, no sus miserias personales. Basta mirar la foto. Un despacho austero de una oficina alemana. Cualquiera diría que se trata de uno de los políticos más poderosos de Europa. Un vaso de agua y una mirada franca. Eso es todo.

"Hay dos tipos de personas: los que se van y los que se quedan", le dice un personaje de La leyenda de la ciudad sin nombre a Lee Marvin. Este, en el momento más profundo de melancolía -unos cuáqueros lo han echado de su casa y él acaba de cantar I am born under a wandering star- le responde con sequedad: "No estoy de acuerdo. Hay dos tipos de personas. Los que saben adónde van y los que no saben adónde ir". Si comparamos esta entrevista de Schäuble con otras, que han organizado mucho revelo en estos días, comprendemos que Lee Marvin tiene razón. Lo menos que podemos pedirle a un político es que no sea un aventurero. Otros no lo sé, porque hay muchos tipos de aventuras, incluso las imaginarias, pero Schäuble no parece que lo sea en modo alguno. Nadie tiene por qué estar de acuerdo con él, ni aceptar todos sus argumentos, pero sus opiniones están argumentadas y no producen sonrojo en quien las escucha. Ordena un debate ante todo porque identifica sus premisas. Se le puede escuchar, y para responderle hay que estar a la altura.

La clave de todas sus posiciones reside en esto: crecimiento sostenible. Lo que implique este concepto no lo sabemos con exactitud. En realidad, se trata más bien de un desiderátum. Pero no es poca cosa saber lo que se desea. En el caso de Alemania podemos decir que el crecimiento sostenible se ha identificado como un interés general. No se trata de un objetivo propuesto por una parte de la población. Es algo que refleja el sentido común popular generalizado. Es posible que lo decisivo de esta creencia sea una actitud más bien negativa: la de limitar las líneas de fuga del capitalismo moderno. Inflación, crecimiento acelerado, burbuja financiera, todo aquello que desde Aristóteles es la crematística, no la economía, produce espanto y vértigo en capas increíblemente amplias de la población alemana. Schäuble ofrece una voz franca y fiable a esta creencia. También se comprende que hay una reserva a otra línea de fuga: a la que produce una lengua desmedida y salvaje, bronca y descuidada. En realidad, de las dos cosas han padecido los alemanes más que ninguna otra nación de la tierra. No parecen desear la reedición de ninguna de ellas.

Frente al crecimiento sostenible, este país nuestro se enroló en un deseo: estar por delante de Italia. Incluso se habló de amenazar la grandeza de Alemania. Esa línea de fuga era obviamente delirante. Pero alguien la propuso. Incluso se habló de que necesitábamos diez millones de emigrantes. Ese alguien nos vinculó a otras líneas de fugas: rearme, imperio, terrorismo universal. La voz de Schäuble brota desde la CDU, el mundo político bávaro y conservador. No delira. Cuando en otoño se estudie de nuevo la gran coalición con los socialistas alemanes, ninguna de las opiniones de Schäuble indispondrá contra esa posibilidad. Pero, a pesar de todo, lo más relevante es esta frase: "La cuestión no es quién tiene la culpa, sino cómo superamos la crisis". Esto es muy alentador. Que se está programando una agenda para cerrar la época de los ajustes, eso parece claro. Pero todo en esta entrevista sugiere una clara idea: que hemos pasado por una sensación de altísimo riesgo, excepcional, y que comparado con lo que pudo pasar, podemos darnos por aliviados con lo que ha pasado. Y que, frente a las apariencias, lo peor no ha sucedido porque el euro y Europa han sido suficientemente fuertes para evitarlo. Lo que revela esta entrevista es que Schäuble no está impresionado por el corto plazo. Mira a distancia. Esta es la virtud central del político.

Este relato es contraintuitivo porque su comparativo es contrafáctico. Nunca tendremos ante los ojos lo que podría haber pasado, de la que nos hemos librado de no existir Europa. Pero sabemos lo que pasó en otras épocas en una situación semejante. En realidad, lo que aparentemente ha empeorado la situación española es que hemos tenido que atenernos a una situación legal coactiva. Esto, para un país que siempre ha hecho trampas con la ley, es una experiencia nueva y resulta fácil explicar el sentimiento general de querer escapar de una situación difícil regresando a una condición soberana, de libertad sin restricciones. Pero la situación de omnipotencia que se promete con la soberanía nos llevaría pronto a la desolación. La lección para España es dura porque por fin la historia nos pone ante la situación y la necesidad de atenernos a la ley. Teniendo en cuenta que hemos usado la llamada soberanía para destruirnos unos a otros desde siglos, por mi parte, entrego ese delirio de omnipotencia a cambio de algo tan razonable como un crecimiento sostenible de civilidad.

Cierto. En este escenario es obligado hacernos cargo de la consecuencia de aquella política descabellada: los millones de parados. Ya que no supimos parar los pies a un delirio, debemos pagar los platos rotos. En este orden de cosas, esta entrevista tiene una parte que deberíamos mirar con toda atención. Preguntado por la situación catalana, Schäuble ha debido decepcionar a los que querían escuchar otra cosa. "Europa es la más moderna y avanzada gobernanza que existe en el planeta", dice. Y tiene razón. Países como los balcánicos pueden superar sus problemas seculares sólo con su integración en Europa. Sin embargo, tras esta descripción, solo una frase respecto a Cataluña: "Nadie en España necesita consejos públicos alemanes". Antes viene de decir: "Lo importante es que se respete la legitimidad de la democracia". ¿Qué se sigue de estas frases? Que Cataluña tendrá que respetar la legalidad española y europea, pero que España no puede vivir de espaldas a una legitimidad democrática. Las dos frases van en direcciones contrarias, pero solo aparentemente. En realidad, llaman a la política, la única mediación entre las dos realidades, la democracia y la legalidad. Aquí una vez más, nadie hará las cosas por nosotros.

La política tendremos que hacerla nosotros mismos. Por eso no puede cabernos dudas de que también pagaremos los platos rotos en caso de que nos dejemos arrastrar por uno de esos ámbitos de fuga, de escalada y de delirio, el nacionalista.