Suena el timbre estridente, llenándolo todo de sobresaltos. Su sonido ronco y desafinado entra por el arco, hurga en los oídos de todos los asistentes, y sube por el patinillo hasta el techo, cayendo en añicos sobre las mesas de la Secretaría. ¡Asusta! ¡Asusta más de cien veces al día! El timbre es el único elemento que no es acogedor en el COF. Yo lo cambiaría.

Detrás de cada llamada, la puerta hace un ruido metálico y se abre, esperando que alguien la empuje suavemente. Unos tímidos pasos, casi imperceptibles, caminan, inseguros, hasta la Secretaría. Arrastran un cuerpo, nervioso que al llegar pregunta lo que ya sabe.

-¿Es esto el COF?

La Secretaría en peso asiente con una sonrisa. Es la primera vez, su primera visita. Tiene claro cuál es su problema pero duda que lo entiendan los que le van a escuchar. Le han hablado bien del Centro, pero su caso es tan especial?

- Venía por?

-¿Su nombre? -Un escueto nombre suena con timidez, tan bajo que solo lo escucha quien lo pregunta.

Pase a la salita y le llamaremos en breve -le sugiere una mirada empática que, mientras habla, no deja de mirar a sus ojos llenos de tristeza e inseguridad.

Un suspiro tranquilizador le acompaña hasta la sala. Se sienta, tras saludar tímidamente a los que esperan; coge una revista, la hojea pero no la lee, la devuelve a la mesita. Juega con sus manos. Mira discretamente a los que están allí por algo. Piensa que, tal vez su caso sea distinto, quizá más grave, más complicado... ellos también parecen ocupados, incómodos, haciendo cosas que no hacen. Tamborilean sus dedos como si tocaran el piano o una pandereta. Miran del reojo a quien acaba de sentarse. ¡Esperan! De repente, el pomo de la puerta del fondo gira sobre sí mismo.

-¿Entonces?? -pregunta.

- Le llamaremos tan pronto podamos -el que hizo la acogida dibuja una sonrisa en su cara y estrecha la mano de quien se va. Su gesto inspira confianza e incrementa su fe en el Centro. Unos ojos, llenos de esperanza, cruzan por en medio de los que esperan. Otro suspiro denota más seguridad e inquietud, a la vez. Ahora le toca entrar. Se levanta y camina hacia la puerta.

-Mi caso -refiere- es que?

- Usted se llama? -da su nombre y empieza a narrar su historia.

El acogedor sigue preguntando

-Dónde vive, cuántos hijos tiene, años de matrimonio...

-No sé -dice casi gritando con desencanto- si con tantas preguntas, va usted a resolver mi caso.

El acogedor, sonríe y capea, como puede, el temporal. Acaba y le anima.

-Le llamaremos en breve, un especialista se ocupará de su problema. Confíe, todo se resolverá... ya verá... Aquí le vamos a ayudar. Sale. También la esperanza llena de brillo su mirada, cuando pasa por en medio de los que esperan. El aire de la calle le devuelve a la realidad con la seguridad de haber tocado en la puerta apropiada. Suena el teléfono. Es del COF, le citan para el día siguiente.

Fiel a la hora de la cita, se dirige al despacho de la trabajadora social quien verifica con habilidad respetuosa algunos datos que evalúa con solicitud. La crisis ha golpeado duramente a su familia. Ni para comer les alcanzan las entradas. Caritas les ayuda. El orgullo digno le puede.

-Nunca hemos pedido nada a nadie. Pero ahora... -retorcía sus manos, mientras unas inoportunas lágrimas empañaban su vista.

Al final del expediente figura un enérgico imperativo: No Puede Pagar. El psicólogo ya le estaba esperando. Se puso en pie y solícito, dio la vuelta alrededor de la mesa, saludando con efusión.

-¿Qué le trae por aquí? -y le indicó que se sentara. Abrió el expediente y escuchó... y escuchó, escuchó una historia interminable como la desesperanza misma. Habían escuchado su relato como nadie había escuchado antes. Habló, habló, habló... como nunca lo había podido hacer. Lo contó todo, porque aquel hombre amable estaba dispuesto a escuchar todo: Los hechos, los sentimientos encontrados, los gritos, los susurros, las amenazas, o las promesas, los niños y la miseria en la que está sumida su familia sin poderlo evitar.

El psicólogo evaluó lo narrado, separando el trigo de la paja, considerando los sentimientos encontrados, su desesperanza y su expectación. Conciertan una nueva cita, tras concretar alguna acción encaminada a ver claro qué quería hacer con su problema. Volvió a salir con una sensación de gran alivio. Sintió que alguien, tan cercano ya, estaba a su lado acompañándole con cariño en las decisiones que debería tomar. Su problema era tan complejo, ¡cuánta razón tenía!

Varios técnicos intervinieron en el caso. El psiquiatra para una valoración somera, la trabajadora social para resolver problemas económicos y filiales. Un consejero familiar para intentar reparar desafectos, incomprensiones, incompatibilidades. Tenía la sensación de que toda la institución trabajaba para su caso.

Su problema empezó a remitir y su cabeza regía mejor y su familia se recomponía poco a poco. Pareciera que todos y cada uno de sus miembros se hubieran propuesto modificar sus conductas y mejorar el ambiente de aquella familia tan sufrida.

Lo que más costó fue convencer a su pareja para verse con la orientadora familiar. Sabía que, si aquello tenía solución, la encontrarían. Si la incompatibilidad superaba las buenas intenciones, el COF ofrecería una separación pacífica, salvando a cada parte y acogiendo a sus hijos como parte importante de la solución del problema. Entraron en la Mediación Familiar.

Se hablaba con tolerancia, se compartían responsabilidades, se valoraba y respetaba el cuidado de los niños, como cosa más importante. Dejaron de chantajearse para participar juntos en la solución del problema. Así lo acordaron, optando por la separación de pareja.

-Los niños nunca se separan -explicaba la mediadora -tienen derecho a su padre y a su madre. Lo único que les importa es ser queridos, valorados y acogidos en la lucha diaria por crecer, y algunos, sólo por sobrevivir.

Y el COF les ayudó no a unirse (habían decidido que no era factible), pero sí a separarse como pareja y a trabajar unidos, más que nunca, como padres a favor de las necesidades y el cariño de sus progenitores. El timbre sigue sonando estridente más de cien veces al día, durante treinta y cinco años.

Mientras la sociedad, la crisis, la ambición, la avaricia, la falta de respeto a la persona vomita diariamente a cientos de familia, expulsándolas de la normalidad, el COF sigue ayudando a tomar decisiones a quienes se acercan buscando soluciones.

Todos sus miembros caminan al unísono hacia el gran objetivo de hacer más persona a las personas y de luchar por un mundo mejorado.

(Homenaje al COF por la admiración que me inspira).