En tiempos de desolación, no hacer mudanza (San Ignacio de Loyola). Esto, evidentemente, se presta a distintas interpretaciones (de ahí nuestra riqueza lingüística). Quiere significar que se ande cauto, sin pasos precipitados o fuera de lugar. Esto puede aplicarse a las delicadísimas coyunturas que vivimos, con una economía desencadenada a recesión y con un baldón escalofriante, el masivo paro: más de seis millones en España. Y en cuanto a Canarias, ya cercanos a los 300.000 y con nada menos que 118.000 hogares isleños con todos sus integrantes sin trabajo. O, lo que es lo mismo, sin aportaciones que les permitan la subsistencia. Este simple exponente debiera servir de muy seria reflexión a los políticos que gobiernan, desde estamentos centrales o autonómicos. Es el punto cardinal del problema, el más agudo y sangrante. Nadie pone en duda que se arrastran consecuencias penosas e indeseadas. Sin embargo, enfrentados a la dura realidad, si se demandan esfuerzos estos deben recaer sobre todos, no exclusivamente en la ciudadanía. Hay que plantearlo asimismo como exigencia inexcusable en las esferas políticas de gobierno.

Si no queda más remedio que apretarse el cinturón, que dicho esfuerzo también alcance -y dando ejemplaridad- a los organismos públicos, en ese largo entramado de gobierno central, gobiernos autonómicos y demás entes corporativos extendidos a lo largo y ancho de los territorios peninsular o insulares. ¿Acaso se practica esto? Se evidencia que no es así. Las administraciones continúan sumidas en intrincados laberintos. No se privan de nada a la hora de relumbrones de cara a la galería, sutilezas para disfrazar sus erróneas actuaciones. De austeridad, ni se habla.

Aquí, en esta tierra, llevamos en el corazón los sentimientos de canariedad. No hacen falta exhibiciones para acreditarlo. Ser o no ser, según el principio shakespeariano, esa es la cuestión. Basta con ser y sentir. No se precisa avalarlo con algarabías y menos cuando se pasan momentos de extremas necesidades. En tiempos de escasez, no se gaste nada en balde. Mejor aplicarlo en aprovisionar de alguna manera a parte de esos 118.000 hogares canarios angustiados por el desamparo.

De ninguna manera queremos decir con esto que las celebraciones históricas o que marquen hitos pasen de largo, sin nada que las recuerden, sin la debida solemnidad. Hay marcos estrictos y adecuados para ello, sin necesidad de esporádicas coheterías callejeras, de apenas unas horas para recordación de algo sabido por todos: que somos canarios. Y no de una isla determinada, con un gobierno exclusivista que incluso, con la anuencia de sus componentes socialistas, no vacila en aplicar un modelo de Renovación y Modernización Turística que perjudica gravemente a Gran Canaria, vetando hoteles de cuatro estrellas (300 millones de euros en inversiones volatilizados) en tanto favorece las características del sector tinerfeño. Doblemente chocante con el gesto digno de la rama de CC radicada en nuestra isla, que esa sí que supo proceder, contra viento y marea, identificados con su propia circunscripción. En esto, la CGC, encabezada por el que fuera ejemplar alcalde de Santa María de Guía, Fernando Bañolas, con los arrestos de la diputada María del Mar Julios, ha dado una auténtica y reconfortante lección. Solo así puede reconducirse el gran distanciamiento entre los votantes y la clase política. Nos enorgullecemos de ser norteños como él, una tierra no proclive a dobleces o componendas.

No ha hecho sino lo que procedía rectamente: defender en conciencia los intereses de la Isla, conforme el mandato que le otorgara las urnas. Compromiso al que no muchos se atienen, como es bien notorio y de ahí la enorme brecha abierta entre el mundo político y una sociedad decepcionada, lo que, a su vez, conlleva la ruptura hasta términos de exaltación pública, ya en ámbitos muy peligrosos.

En consecuencia, menos relumbrones y prosopopeyas, cuando ya rondamos los 400.000 parados. Cifras insoportables, teniendo en cuenta la población total de Canarias. Ocupamos el ranking de desocupados. Y don Paulino Rivero y su equipo (socialistas incluidos) dan la impresión de que no se enteran. O miran hacia otra parte. Tal vez para un San Borondón imaginario, inexistente. Desde luego, muy alejados del entorno y de la masa de la ciudadanía isleña que sufre más que nunca, estrechada hasta tal punto que ya apenas le queda otra esperanza que mirar hacia el horizonte, como las gaviotas que aletean mar adentro.

Hay que dejarse de irrealidades o pronunciamientos sin bases sostenibles. Menos políticas, menos confrontaciones estériles, más acciones. Las palabras que no son seguidas de hechos, no sirven para nada. Actúese, llévense a la práctica medidas urgentes e indispensables que contribuyan a paliar la delicadísima situación que padecen las islas, agravada de manera continua. No se pierda el tiempo despejando balones (causas) hacia fuera. Los problemas están aquí, dentro de casa, donde tenemos que afrontarlos, aunque reboten influencias externas. Más adelante, ya puede ser muy tarde, inútil e irreconciliable. Lo que sería una verdadera desgracia para Canarias y el pueblo canario. Demagogias y reflejos secesionistas aparte. Otra inflexión que ya empieza a apuntar y sin rodeos, tal vez como último agarradero de quien ostenta la jefatura autonómica y propende a extender su mandato. Esto, claro, pertenece a su libre designio. En cuanto a Gran Canaria atañe, sería políticamente nefasto, si se mide con las prácticas que viene siguiendo. No es como Manuel Hermoso. Actúa de otra forma. Pero, a lo que se deduce, con idénticas finalidades. Discrepa y se opone a disposiciones del Gobierno central generalizadas para el conjunto de la nación. En cambio, él coarta la de los gobiernos insulares, institucionalizados en los cabildos.

Como en los viejos tiempos de capital única, imponen su modelo. Tienen el Parlamento, tienen el gobierno. Elevan en demasía el listón, hasta términos intolerables. Hubo épocas en que para arreglar unos adoquines en muelles del puerto de La Luz había que obtener permiso de Tenerife. Ahora, lo mismo con los hoteles, constriñendo la expansión y capacidad de alojamiento en nuestra isla y la actividad de trabajo que al propio tiempo se genera. La rémora de que hablaba Luis Morote y que por lo visto subsiste. La historia esperpéntica de los tres huevos de Tolón. Eso ya es cosa de leerlo en su libro La Tierra de los Guanartemes.