Siempre subyace la inquietante pregunta de qué ocurre en la mente de un asesino. Imagino que, en parte, pretende espantar ese terror incómodo que supone pensar que, quizás en otras circunstancias, nosotros mismos podríamos serlo.

Por eso se buscan explicaciones: la educación, el ambiente... y ahora también las razones biológicas. Tras los atroces crímenes del presunto maestro shaolín en Bilbao hay quienes han tratado de establecer una relación entre su proceder y el tumor cerebral que padecía.

Algunos estudios recientes han tratado de encontrar patrones en los cerebros de niños para establecer quiénes tienen un perfil de futuros psicópatas.

Podemos tratar de buscar qué mueve a un ser humano a cometer un crimen, pero en ningún caso eso puede acabar justificando o menguando la responsabilidad cuando se trata de personas que comprenden, razonan y planean.

Los genes pueden contribuir a nuestra forma de ser, pero en última instancia la consciente ejecución de actos horrendos sólo es responsabilidad de quien los realiza.