Opinión

José M. Balbuena Castellano

Pérdidas de palmeras canarias

Es lamentable que hermosos ejemplares de la Phoenix canariensis, es decir, de palmeras canarias, se estén perdiendo en Gran Canaria, que, entre una cosa y otra, va siendo cada vez menos grande. Las puede uno ver en la autopista del Sur; en los alrededores de la circunvalación, o en cualquier rincón isleño con palmeras donde antes crecían lozanamente y adornaban el paisaje y ahora las vemos secas y deterioradas.

Unas se pierden por falta de riego; otras, atacadas por una de la múltiples plagas que han entrado en las islas en los últimos años, o sea, por el llamado picudo rojo. También podemos contemplar grupos de palmeras, por ejemplo, en la subida desde el barrio del Pagador hasta la villa de Moya, que llevan camino de echarse a perder, tanto por la falta de agua como porque nadie se preocupa de poderlas y quitarles las ramas secas o matorrales que las circundan. De vez en cuando oímos también que se producen incendios que destruyen palmerales, precisamente por la falta de limpieza y cuidados adecuados para mantenerlas.

Digo que es lamentable porque no se observa ningún deseo de las autoridades tanto locales como insulares o autonómicas de preservar esta joya de la flora canaria. La palmera canaria ha sido exportada a muchos lugares del mundo. En ciudades andaluzas y de otras regiones de España pueden verse adornando paseos, avenidas y parques, así como en diferentes partes de América.

Está bien claro que la sensibilidad medioambiental y el respeto al entorno no son precisamente las asignaturas preferidas de la mayoría de nuestros políticos e, incluso, de la población, y las pruebas las tenemos en estos hechos. Me ha hecho gracia (lo digo con ironía) esa fiebre que les entró a algunos aquí en el caso del palmeral de Maspalomas, del que nadie se ha ocupado hasta ahora, y del que otros sacaron tajada apoderándose de parte de él para anexionarlo a sus negocios particulares.

Al margen de estas lamentables evidencias, cualquier persona observadora (entre ellos los que nos visitan) se percata del deterioro que sufre el paisaje de Gran Canaria. El trayecto desde Las Palmas a Agaete, por ejemplo, se ve jalonado por unas panorámicas donde abundan la ruinas, las casas abandonadas, los escombros, la basura, las paredes caídas.

Empezando por la misma salida desde la capital, con esos edificios viejos y solares de El Rincón, y continuando con esos barrios levantados de cualquier forma, sin orden, ni control, ni planificación, algunos de ellos ocupando espacios de dominio público, que deberían estar protegidos, como toda la costa del norte de la isla.

Parte de esta situación se debe al abandono progresivo de las tierras de cultivo y sus secuelas posteriores, como acumulación de basuras, desaparición de vegetación, invernaderos y edificios ruinosos o descuidados, etc., etc. Pero también, a causa de la desidia de los políticos de turno, o a la falta de unas normas claras y concretas y su aplicación. Este estado de abandono continuo es incluso un handicap para el desarrollo del turismo en la isla. Presentamos una pésima imagen que demuestra, además, una falta de conciencia relacionada con el respeto a la naturaleza y al medio ambiente.

No tenemos sino que observar cómo se encuentran nuestras calles o plazas, donde casi todo el mundo tira las cosas al suelo (sea lo que sea) o como desaprensivos no cumplen las normas sobre canes en las calles. ¿Por qué tenemos que ser así? ¿Por qué no pensamos en los demás y en la buena imagen que tenemos que ofrecer a quienes nos visitan? Está claro que la educación (a la mala educación, me refiero) interviene en este comportamiento. ¿Qué se puede hacer? Pues primero, dictar unas leyes y normas que obliguen a los propietarios de terrenos a preservar el paisaje y el medio ambiente, pero también que vayan dirigidas a todos los ciudadanos, ayuntamientos, cabildos o a la propia Consejería de Medio Ambiente. Y por supuesto, hacer cumplir esas normas, que aquí elaboramos muchas leyes pero, después, casi nadie las cumple.

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