Técnicamente hablando es verdad, como dicen algunos lectores que opinan en laprovincia.es sobre la muerte de cientos de palmeras por falta de agua, que en las lomas cercanas a Barranco Seco no hay posibilidad de sobrevivir. Y, añaden, que el lugar natural para esta especie es en el fondo de los barrancos o a lo largo de las acequias. También es verdad. Pero, por la misma regla de tres, La Geria no existiría en Lanzarote, ni en ninguna parte, porque en los llanos de piedra volcánica, donde el viento sopla con fuerza, no crecen ni las aulagas salvo que se las ayude. Pero, por eso, los labradores isleños inventaron esos muros circulares que protegen las vides y crean un microclima ideal. Si nos limitáramos a dejar que crezca lo que la orografía y el clima permiten desde los tiempos primitivos, el cultivo del plátano no existiría sin los 'bancales' que escalan las montañas. Es una verdad de perogrullo que el sitio propio de las uvas no son los llanos de lapilli de Lanzarote, azotados por el ventarrón, ni el de las plataneras los riscos isleños... Pero para eso está el esfuerzo y la inventiva del hombre.

La supervivencia de palmerales en terrenos poco o nada adecuados, por su composición y orografía, estaría garantizada si en vez de despreocupación hubiera interés. Por desgracia, este país hace tiempo que trata de ocultar con retórica para tontos las consecuencias de la incompetencia y la incuria. Barranco Seco arriba, desde el Heidelberg hacia el Sagrado Corazón, una vez atravesado el puente de la Circunvalación, se comprueba cómo es cierto que los barranquillos son estupendos para la Phoenix canariensis. Pero se constata asimismo cómo se ha procedido a un aterramiento de material ajeno, e impropio, que sin duda provocará, de continuar, la desaparición de uno de los últimos vestigios del bosque endémico con que se encontraron los conquistadores cuando fundaron el real en Vegueta.

Hay ejemplos de sobra que nos sirven para asegurar, sin el menor margen de duda, que la plantación en pendiente que lleva años muriéndose, a la vista de casi todos los responsables en materia de medio ambiente o jardinería, da lo mismo, es como discutir si la ensaladilla lleva berberechos o si el biberón a un bebé lo tiene que dar el padre o la madre, podría sostenerse con algunas medidas elementales: primera, regarlas cada cierto tiempo, bien sea con el sistema de goteo, o a manguerazo limpio de aguas residuales depuradas. Como medida técnica complementaria podrían hacerse unos alcorques o muretes de tierra en la pendiente, similares a los de la Geria, para recoger y empozar el agua de la lluvia, cuando llueva, o de las cubas y mangueras, cuando se empleen. Pero, claro, para eso es preciso que existan una serie de condiciones, que no abundan: responsabilidad política, en primer lugar, de los que se encargan de las cuestiones relacionadas con el tema en las corporaciones; competencia profesional de los mismos políticos, y de los funcionarios, y además, la vigilancia de los grupos ecologistas, que hace un tiempo que parece que están distraídos con la metafísica de la panza de burro.

Este palmeral, cuyas fotos ha publicado este periódico, hubo un tiempo, años, en que fue verde y estuvo bien cuidado. Lo cual prueba que la ubicación no importa si hay sensibilidad. Que las palmeras esas pueden mantenerse en esas condiciones inhóspitas con un poco de cuidado lo demuestra que algunos ejemplares sobrevivan, y que las pocas lluvias caídas hayan hecho retoñar palmas en algunos troncos aparentemente muertos.

Hay que dejar de lado las disculpas; y no hay que culpar a las palmeras de su suerte. Lo único que falta es que se las acuse de haber vivido por encima de sus posibilidades y de ser ellas mismas las responsables de haber provocado esta crisis ecológica.

Lo que hay es mucha caradura y desvergüenza. Que no haya habido una operación vergüenza ante este escándalo es, quizás, lo más grave, porque trasciende del problema planteado. Indica que no se ha captado la dimensión de una catástrofe ecológica que no se limita solo a este palmeral concreto, sino que constituye toda una filosofía de la incompetencia como una de las bellas artes. Y cuya solución verdadera no consiste en un trasplante para arreglar todo sin arreglar nada. ¿Se va a reconvertir acaso en solar ese barranco? Sería a peor la mejoría.

Por no adentrarnos en el coste económico del desastre provocado por la desidia de las instituciones. ¿Quién lo va a pagar?

Así nos va.