Tropiezo en la corte a un viejo amigo, independentista catalán de toda la vida, al que veo bajo y melancólico. Esto me extraña, dado el momento alto que vive allí el nacionalismo radical. Después de varias cervezas empieza a confesarse: el nacionalismo, dice, es como cualquier tipo de iluminación (drogas, sexo, riesgo), cuando llegas a la cumbre y descubres que ya no puedes seguir subiendo tienes la sensación de haber pegado contra el cristal de la pecera y empiezas a desinflar. Pero, hombre, le digo, aún queda carrera, os falta mucho para la independencia. Sí, responde, pero ya ves la meta, y sabes que después del minuto de gloria en el podio se acabó todo. Bueno, le digo, tendrías la independencia, ¿no? Mi amigo suspira, se deprime todavía más y dice: en España nunca habéis entendido que ser nacionalista es luchar por un sueño que parece imposible. Si lo tienes, despiertas y ¡plafff!