Desde el fin de la II Guerra Mundial, los Estados Unidos tuvieron un gran interés en mantener a España dentro de su órbita, por el enorme valor estratégico que le otorgan como cierre del Mediterráneo y como avanzada sobre los países de África y Oriente Medio ricos en materias primas ("El centro del mundo", como la definió un militar norteamericano). Aquí consiguieron establecer unas importantes bases militares durante la dictadura franquista, y aquí han dirigido bajo cuerda la política del país desde el inicio del periodo democrático hasta nuestros días. Adolfo Suárez fue presionado para irse cuando se resistió a integrar a España en la OTAN y a reconocer al estado de Israel; Calvo Sotelo, su sucesor, se apresuró a cumplir la primera parte de esa exigencia; y Felipe González, la segunda de ellas no sin antes convocar un referéndum sobre la permanencia en la Alianza Atlántica, que su partido había rechazado en principio. Luego, vino Aznar y se ofreció de chico de los recados a Bush a cambio de una foto vergonzosa en las Azores cuando se acordó la invasión de Irak. Pero no fueron menos sumisos los dos últimos presidentes. Zapatero, que retiró las tropas de Irak para cumplir una promesa electoral, acabó por firmar la cesión de la base de Rota para el escudo antimisiles. Y Rajoy autorizó hace unos días la instalación de un comando de acción rápida para intervenir en cualquier país africano en defensa de los intereses norteamericanos. Vistos esos antecedentes, parece lógico que el Gobierno de Washington envíe a su embajada de Madrid a personas de toda confianza para que velen por sus intereses. El último de los embajadores ha sido Alan Solomont, un empresario amigo de Obama que contribuyó con dinero a su campaña electoral. Solomont se marcha y, como resumen de su tres años y medio de estancia, ha dicho que "el mayor problema de España es que no tiene confianza en sí misma". Una manera muy peculiar de enjuiciar a un viejo país porque quizás el problema de España, y de los españoles, es que no confían en sus políticos ni en sus banqueros. Para sucederle, han nombrado a otro amigo de Obama, y también contribuyente suyo, en el que se da la circunstancia de ser gay. El señor James Costos viajará pronto a Madrid en compañía de su novio, un hombre que se llama Michael Smith y que además de multimillonario es decorador en la Casa Blanca por encargo de la esposa de Obama. El nombramiento de un gay como embajador en un país que ha sido de los primeros en aprobar el matrimonio homosexual no puede sorprender a nadie. Además, en España hay muchos gais en puestos destacados, e incluso destacadísimos, de la política, las finanzas, los medios de comunicación y puede que hasta del clero. En ese ambiente de creciente tolerancia, un homosexual seguramente podrá relacionarse mejor con otros de parecidas inclinaciones. En un importante periódico dirigido por un gay se especula con los problemas de protocolo que puede plantear la pareja del nuevo embajador. ¿Lo invitarán a las cenas de gala, a las recepciones y a los desfiles militares? ¿Y qué dirá Rouco?