Yo no sé si a una edad medianamente crepuscular aún se pueden rescatar conocimientos sobre ecuaciones y derivadas del bachiller para saber qué nos depara el sigiloso paso del tiempo: sabido es que el PP sitúa a sabios prominentes en gastos claves para resolver incógnitas que nos afectan a todos, y que son estos señores los que luego se dedican a parir ecuaciones que establecen qué pensión de jubilación nos va a corresponder. Para los legos en la materia, decir que la cuestión en juego se condensa en que nadie va a tener una claridad meridiana sobre cuánto le va a tocar, pues dependerá de los llamados factores de sostenibilidad: es decir, el Estado será más o menos flexible según el crecimiento poblacional o como consecuencia de la incorporación de más o menos trabajadores al sistema de cotización. No quiero dramatizar, pero esto cada vez se parece más al Bosón de Higgs, llamado también Partícula de Dios: nuestra vida laboral metida en el acelerador lineal, cuatro operaciones cumbres remezcladas y aderezadas con aditamentos cartesianos (digo yo), tecleo, velocidad extrema, colisión máxima y a esperar. ¿Solución? Seguro que una minoración, y a hablar con el vecino sobre el pasmo provocado por la resolución llegada vía carta certificada. Capaces son de meter la fórmula en letra pequeña para que usted sueñe con ella o vaya a un asesor que le diga, por un buen precio, cómo demonios se llegó a la solución.

Anda camino del decreto una reforma para la concesión de becas que, según he podido ver, incluye otra operación matemática que podría fundir hasta la misma Teoría de la Relatividad. El PP, sector hipotenusa menos sonrisa buitrona de Wert, quiere cuadrar las existencias en arcas públicas con el montante que dedicará a ayudas a estudiantes. La cuestión planea así: el Ministerio siempre podrá subir y bajar, gracias a la socorrida sostenibilidad, pero el solicitante nunca sabrá de antemano cuánto va a recibir para poder cursar los estudios. La dichosa fórmula la he visto reproducida por ahí, en alguna página de periódico, y su sola visión me ha producido más de un escalofrío. Miles de millones de familias, clases medias o no estrujadas por el austericidio, pendientes de que a uno de los sabios le dé por modificar uno de los elementos y ponga en el desfiladero tantas ilusiones. El juego, a mi entender, tiene algo de siniestro: quita por aquí, quita por allá, descuenta, sube, aquilata... Y en medio, el acceso a la educación, el peligro de la exclusión social y muchas aspiraciones frustradas. No piense en una fórmula beneficiosa para sus modestos intereses, porque ya Wert ha dicho y repetido que en España se dan muchas becas y muchos aprobados. Los sabios, claro está, se han puesto manos a la obra bajo premisas tan sintéticas y ordenancistas.

A raíz de la sentencia del Tribunal Supremo sobre los abusos de las cláusulas suelo de la panificadora nacional de hipotecas, favorable a los afectados por las mismas y contrarias a intereses usureros de determinadas entidades bancarias, he conocido que uno de los requisitos para la debida transparencia es la simulación. Según la alta magistratura, los ciudadanos que firmaron ante notario un límite a la bajada de los intereses de su hipoteca (hasta dos puntos por encima del euríbor) tenían derecho, de entrada, a que se les informara a través de una simulación qué les ocurriría a ellos en el caso de una caída como la de ahora del euríbor, y qué cuota pagarían en el caso de ser así. Por supuesto, nadie se tomó la molestia de desarrollar a través de las matemáticas dicho escenario económico, lo que demuestra que los pringados siempre tienen a la disciplina de Einstein en contra y muy pocas veces a favor.

La confirmación de la irregularidad en el tiempo (pese a ello no hay devolución de lo devengado) ha llevado a los bancos afectados por el fallo a anunciar el fin de la cláusula, mientras que sus colegas se hacen los locos, no se sienten aludidos y formalizan y deshacen frente al Banco de España. Haría falta una operación matemática para saber cuánto dinero se ha echado al buche la banca nacional con la sabrosa limitación al euríbor. La cifra seguro que es escandalosa e inconmensurable. No creo que el PP ponga a trabajar a una comisión de sabios para estos menesteres que tanto afectan a los ciudadanos. Más bien tendrán que ser los tribunales los que digan la última palabra: años de pleito y la supervivencia de una anomalía cuyo efecto boomerang puede ser terrorífico, a efectos indemnizatorios, para los condenados. Quizás lo más inteligente sea dar marcha atrás y no dejar que el lobo se llene de furia.

La profusión matemática entre los alambres que dobla y estira el ministro Cristóbal Montoro tiene su revés, en primera instancia, en las magras cuentas domésticas. Los factores de sostenibilidad crecen como hongos en los hogares españoles. Allí no existe la ingeniería de la ecuación, sino que todo viene a ser como la historia del regatista que necesita largar lastre para ganar en levedad: cae por la borda la grasa, y se aplican con denuedo índices de esperanza a la manera de hechizos. ¡Que el abuelo no se muera para que la pensión siga ahí! ¡Que el coche no se rompa para poder ir hasta el trabajo! ¡Que se pueda seguir con el fiado! ¡Que la niña mayor no pierda el trabajo para que pueda pagar la matrícula de la universidad a la pequeña! Muchas rogatorias que, al contrario que en la ecuación del sabio ministerial, carecen de salvavidas. El fallo de una de ellas supone el desastre. La fórmula es tan básica, tan elemental, tan floja de variantes, que la alternativa es inexistente. La operación se viene abajo, el cimiento se descuajeringa, ya no hay inyección de optimismo, cunde el pánico, el contenedor de basura aparece como un espectro...

El ecosistema final: la ecuación de élite para sisar en la pensión o en la beca, mientras faltan sabios para saber qué vino a hacer Bárcenas, el marido de la Infanta a este mundo o cómo Messi defraudaba al Fisco. Por otro lado, el lápiz detrás de la oreja o la calculadora del smartphone que echa fuego para cuadrar operaciones cutres, de 100 gramos menos de jamón cocido.