Si se observan ciertos debates televisivos o se leen algunos artículos, durante los últimos meses (a medida que la opinión pública percibía nuestro poco margen de maniobra) ha crecido el encono hacia el poder que mejor encarna la falta de autoridad de España en cuestiones básicas: la Alemania de Angela Merkel.

Las críticas tienen una doble vertiente. Por un lado, se reprocha que la austeridad impulsada desde Alemania hacia los países endeudados, como el nuestro, impide una mejora económica y el descenso del paro. No obstante, esta austeridad es curiosa ya que si miramos el gasto del conjunto de las administraciones públicas, en 2012 (493.000 millones de euros) era superior al de 2007, cuando empezó la crisis (413.000). Es decir, solo se modera nuestro ritmo de endeudamiento (si no, no terminaríamos cada año gastando más de lo que ingresamos).

Por otro, los críticos reprochan que los germanos tampoco atan los perros con longanizas, ya que tienen a un 20% de su fuerza laboral trabajando en miniempleos, por menos de 500 euros. Y es cierto. Lo que no dicen es que los alemanes tuvieron que absorber a 16 millones de compatriotas (ex RDA), procedentes de una economía descompuesta; que no han renunciado a ser un país industrial, fabricante de productos de alto valor añadido; que han orientado su economía a la exportación, en lugar de consumir productos con un dinero del que no disponían o que sus rectores políticos y sociales (asociaciones industriales, cámaras de comercio, sindicatos, agentes educativos) actúan de manera estratégica para responder a las necesidades del país con vistas al largo plazo. Si nos fijamos en esto y se echa una mirada al panorama hispano, vemos que lo que nos pasa no es culpa de la Merkel.