Existe un consenso generalizado en el mundo de la ciencia sobre la importancia del método de la prueba y el error para el avance de la humanidad. Incluso en los tiempos de los brujos y el fanatismo religioso medieval, los primeros científicos, fueran filósofos o alquimistas, todos animados por la búsqueda de una explicación racional acerca de los fenómenos que investigaban, empezaron a sacar conclusiones lógicas de la causa-efecto.

Esto ha sido generalmente admitido como cierto; "a la fuerza ahorcan", dice el refrán. Parece una obviedad que nadie en su sano juicio se empeñe en repetir experimentos que han fracasado repetidamente. A más de lo mismo, más de lo mismo, inevitablemente. Sin embargo hay excepciones. En la zona Puerto-Canteras todos los alcaldes del último cuarto de siglo, todos, han sucumbido a los cantos de sirena de ciertos visionarios unidireccionales y han intentado recuperar la actividad comercial y, por consiguiente, la residencial, en lo que hasta los 70 fue el enclave turístico, mediante el concepto de ciudad- isla-Robinson Crusoe. Para ello se inició un proceso de peatonalización y supresión de aparcamientos gratuitos en las calles. A partir de aquel momento puede establecerse un binomio repetitivo de acción-reacción. Cada proyecto de supuesta movilidad ha traído consigo un proceso de degradación económica con tres derivadas inmediatas: cierre de comercios, huida de residentes tradicionales y, por aplicación del principio de vasos comunicantes, transformación de espacios turísticos en bolsas marginales. Ninguno de los muchos planes iniciados y, lo peor del caso, consumados, ha logrado su objetivo a pesar de las costosas inversiones. Cada nuevo intento se salda con nuevos cierres de tiendas en paralelo a la deserción de la clase media, azuzada a la marcha por la eliminación de estacionamientos. Mientras los centros comerciales urbanos y periféricos captan clientes con una estrategia de accesibilidad, en la que la gratuidad de aparcar es un elemento clave, el Ayuntamiento persiste en ignorar los datos empíricos de su terquedad devastadora.

La última idea es la de peatonalizar, aún más, la ya peatonalizada calle de las palmeras o de Luis Morote. Por lo tanto, podemos hablar de re-repeatonalizar. No por degradación de los materiales empleados, ni mucho menos, porque están en condiciones de pase de revista, sino porque a alguien o álguienes se le ha ocurrido que hay que impedir el acceso de coches para que puedan circular sin interrupción, como niños en el patio del colegio, las riadas de pasajeros que lleguen a La Luz embarcados en trasatlánticos. Aunque ya Ripoche está peatonalizada, y varias de las callejuelas que enlazan esta vía con la playa, y como los turistas de un día no las utilizan, es por lo que se ha ideado esta alternativa: una acera de lado a lado en la que siempre ha sido una arteria vital del istmo, que ha ayudado a configurar todo el tráfico de la zona y hasta el reparto de las actividades económicas. Esta iniciativa tiene todos los ingredientes básicos de una ocurrencia. Inventos similares en el mismo entorno han fracasado. La inversión no ha sido sinónimo de rehabilitación y recuperación turística, sino de todo lo contrario. Rentabilidad negativa.

Hay algunas evidencias: el turismo de cruceros por lo menos a medio plazo no supone una fuente de riqueza suficiente para mantener ni siquiera el statu quo del barrio. Harían falta al menos veinte barcos diarios para generar una actividad económica sustitutiva de la turística tradicional -inexistente ahora mismo, a la que se trata de retornar- y de la comercial interior, a la que se combate desde un excéntrico integrismo de la contradicción. A su vez, los visitantes tendrían que renunciar a las compras a bordo y a las comidas incluidas en el pasaje para ser algo más que neutrales observadores de las bellezas locales, y con demasiada frecuencia presas de carteristas, tironeros y embaucadores profesionales.

Eso sí, la estrategia de supresión de tráfico -el argumento de que funciona en otras partes es una estupidez si no se dan las mismas condiciones- y de estacionamientos gratuitos o de zona azul asequible, puede crear un importante nicho de trabajo: la creación de empresas de porteadores tipo safari, sin duda una fórmula imaginativa para dar empleo a los jóvenes que se quedan en paro por el inevitable cierre de los comercios.

Claro que habría otras fórmulas más sencillas: hacerle caso a la experiencia y a las consecuencias reales del despilfarro, y corregir los errores que se llevan cometiendo desde hace más de veinte años. Lo cierto es que el Ayuntamiento ha sido el peor enemigo del Puerto, provocando un daño directamente proporcional al presupuesto empleado.