Nos escandaliza que el Gobierno de Estados Unidos nos espíe sistemáticamente por la observación y análisis de nuestras comunicaciones digitales. Y hoy en día son digitales casi todas las comunicaciones, aunque no lo sepamos. Todas ellas dejan un rastro en bases de datos automatizadas. Edward Snowden ha revelado al mundo algo que debíamos haber sospechado: Washington tiene un programa de control y análisis masivo de las comunicaciones.

Quién llama a quién, cuánto rato, con cuánta frecuencia, quién envía mensajes a quién, con cuáles palabras significativas, a qué webs accedemos, qué archivos descargamos, cuáles reenviamos, en qué encuestas votamos y en qué sentido. En Los tres días del cóndor (Sydney Pollack, 1975) Robert Redford trabajaba para la CIA analizando libros tan solo con sus gafas y sus neuronas, buscando mensajes ocultos. Hoy los textos digitales son analizados automáticamente por sofisticados programas conectados a los grandes servidores.

Pero el gobierno estadounidense no ha sido el primero a examinar nuestra mente de esta manera. Como recuerda el experto en temas digitales Selly Palmer, "no es solo la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) la que tiene acceso a los datos. Google se ha convertido en la mayor fuente individual de datos sobre usted en el mundo. Y existen otros almacenes llenos de información sobre nosotros. Los datos residen en bases públicas, privadas y personales, muchas de ellas más fácilmente accesibles que nunca antes. Si tenemos en cuenta que los datos aumentan su poder en presencia de otros, los actuales sucesos se tornan más preocupantes". Dicho de otra forma: si a usted le aparecen anuncios de coches en todas las webs tras haber buscado uno en la Red, no es por casualidad. Los buscadores analizan su navegación y venden esta información a los anunciantes, y los usuarios no de damos mayor importancia. Incluso podemos agradecerlo.

Pero nos indignamos cuando el mayor gobierno del mundo utiliza las mismas técnicas para mantenernos bajo vigilancia ideológica. Una vigilancia que no sería posible sin las bases de datos, las técnicas y el concepto de privacidad alienable que inspira la explotación comercial de nuestras navegaciones.