A Wert "le duele" tener que renunciar a las becas de excelencia por las sociales. Debería dolerle mucho más la constante diáspora de la generación mejor preparada de la historia de España, como dicen ellos. El nivel excelente de las últimas generaciones universitarias no tiene aquí trabajo. No es malo que salgan, a condición de que lo hagan para volver. La pregunta es si volverán y cuándo, porque las condiciones sociolaborales y culturales del país han sufrido un retroceso que costará lustros remontar. Así que seguir invirtiendo en excelencia para los demás es un pésimo negocio, por mucho que relaje a la derecha el talismán de la exportación. Las becas sociales, sin embargo, tienen garantizado el principal de sus fines, que es la igualdad de oportunidades. Pero este básico derecho es despreciable para la mentalidad neocon y no abona eslóganes como el de la generación mejor preparada. Las paradojas españolas (fabricadas por clasistas sin clase) ya suenan a sarcasmos que, si no lo arregla una epidemia de sensatez, serán bombas de tiempo.

El ministro promete irse de la política cuando expire el mandato en curso. Es una tragedia. La contrarreforma educativa no puede esperar tanto. Los cambios y correcciones de imprescindible aplicación a la reforma Wert serían ahora menos traumáticos que dentro de dos años y medio. En ese lapso se habrá degradado para mucho tiempo la paz de las aulas, quedarán frustradas demasiadas vocaciones, veremos bajo mínimos la calidad científica y docente, no habrá sido posible aplicar compensaciones lingüísticas al problema catalán y los excelentes emigrados sufrirán un tiempo adicional de destierro.

El ministro debería mudarse ya mismo y ganaría con ello la gratitud de su propia familia política y del mismo consejo de ministros, aliviado al no tener que "respaldar" colegiadamente al intrépido que provoca un rechazo más generalizado que el de su colega de Justicia, o el de Hacienda, que ya es provocar. La gobernación de un país resulta suficientemente ardua, ingrata y a veces bronca como para ponerla en manos de amateurs como José Ignacio Wert, incapaces de ver la gruesa línea roja que separa la petulancia tertuliana del compromiso de la gestión, donde los errores adquieren dimensiones homéricas y los saltos mortales carecen de red. Mucho más en tiempo de crisis, e incalculablemente más cuando la soberbia intelectual ciega los consensos y yugula las rectificaciones motu poprio. Este ciudadano quiere igualar "por arriba", no por la base, y con ello está consiguiendo resolver la papeleta de otros países, que eligen a la carta los mejores profesionales jóvenes de España sin haber invertido un euro en su formación.