Hay poderes en la tierra que parecen de ultratumba. El capital, desde luego, es uno de ellos: siempre generador de riqueza y empleo a la par que distribuidor de miseria, hambre y explotación; administrador de sus propias crisis, ya ni precisa de esos papelitos llamados billetes para ejercer su nefasta influencia, le llega con la red, un par de claves y transacciones bancarias de paraíso fiscal en paraíso fiscal, y tiro porque me toca, en milésimas de segundo. Nadie dice nada al tiempo que los derechos de los parias de la tierra, tan difícilmente conquistados en el siglo XIX y sobre todo en el XX, se van al carajo con el álibi de la crisis económica.

Pero el auténtico poder quintaesenciado, más allá de los bienes y los males que ha causado, es un pequeño estado, el Vaticano, y lo que representa, la iglesia católica, la cual, como todo el mundo sabe, posee los derechos de autor universales de la única religión verdadera (verdadera a sí misma). Desde hace un tiempo, poco, tienen nuevo líder, un argentino que se hace llamar Francisco. Y, claro, sólo un ciudadano proveniente de ese país latinoamericano podría alcanzar, siendo Papa, una vanidad de vanidades: "Francesco Papa coraggio" reza la portada de la edición italiana de este mes de la teológica revista internacional Vanity Fair. Así, Francisco deviene en Sharon Stone, por citar un icono. Y el cantante Elton John, que por su tendencia sexual debe de estar muy contento con la iglesia católica, dice que el Papa es "un milagro de humildad en la era de la vanidad". Lo que verdaderamente resulta un milagro es que todavía existan curas, frailes, monjas y seglares dispuestos a entregar su vida por los pobres en los lugares más difíciles, o cuidando cada día a enfermos en nuestras deprimidas ciudades, o dando de comer (Cáritas) a tanta gente que lo necesita en España. Ellos sí que merecen una portada, pero no de una revista, sino la del reconocimiento a su esfuerzo, y esa no es en papel ni digital, es humana, demasiado humana.