No es igual destruir que deconstruir. A pesar de su mala cara, conserva uno la esperanza de que los acontecimientos recientes en Europa y España deriven del segundo verbo. Como idea y como proyecto, Europa está en su peor momento aunque siga creciendo con pequeños estados problemáticos para el futuro del euro. El Consejo y la Comisión han sido y son inoperantes frente a la crisis económica y social de la Unión, han perdido su autoridad moral, carecen de influencia efectiva en el Banco Central y apenas logran flotar entre las galernas excitadas por el gran amigo americano (que nos espía hasta en la alcoba) y la pérfida Alemania, que va a su bola. El Parlamento carece de atribuciones para casi todo en una vida paralela, no transversal como debiera, que se llena de voces fascistas, separatistas y antieuropeas a medida que crece la abstención electoral. Si alguien duda de esto, o lo estima exagerado, debe leer un libro con la tinta aun caliente: "La UE: suicidio o rescate", firmado por alguien que conoce tan bien esa cámara como Juan Fernando López Aguilar, de cuya Comisión de Libertad, Justicia e Interior es presidente. Llegados al punto en que estamos, la única solución de Europa sería "otra" Europa. El edificio se deconstruye, es decir que se deshace, ojalá que con la expectativa de analizar la composición de sus elementos, excluir los degradados y reconstruir los sanos.

La deconstrucción española no es menos radical, partiendo del hecho de que una Constitución con 35 años de vigencia se nos revela inepta para mantener viva la democracia del "estado social de derecho" que ella misma describe y alienta. Los incumplimientos han ido horadándola hasta lo insostenible, con la puntual colaboración del aquelarre paleocapitalista que se adueña de Europa y la secuela de corrupción que le es inherente. El visitante de la actual Bienal de Arte de Venecia, armada sobre la vetusta utopía del "Palacio Enciclopédico", encuentra al entrar en el pabellón español una instalación de Lara Amárcegui, Materiales de construcción, que consiste en montones inarticulados de esos materiales. Ninguna alegoría más precisa de lo que es hoy el país, y no solo por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria.

Tal vez Europa sea menos una utopía ilusionante que una vana quimera levantada sobre el aforismo agustiniano Si fallor, sum, existo porque me equivoco. Los materiales de la Unión son tan diversos, contradictorios y hasta incompatibles que de su deconstrucción puede surgir la evidencia de una reconstrucción imposible frente a interlocutores como EE UU o China -y pronto los emergentes- que siguen siendo estados nacionales y nadie les hable de alianzas estructurales. ¿Pasará algo similar en esta España de las autonomías potencialmente separatistas?