Acabo de regresar, después de pasar cerca de cincuenta noches como paciente en el Hospital Doctor Negrín. La experiencia es única, irrepetible y, por supuesto, nada recomendable, pero te da una visión de la vida que no sabrías explicar con claridad meridiana, aunque de resultados alucinantes.

Mientras te anuncian todo tipo de pruebas y analíticas, que no falten, desfilan ante tus ojos una serie de personas que se preocupan de los enfermos con un cariño especial. Les llaman por sus nombres, los animan y tratan de hacerles la vida lo más agradable posible. Son los más, afortunadamente, los vocacionales. También aparecen por allí las que están peleadas con el mundo y, a todo, tienen como respuesta un no. Afortunadamente, las menos.

Los días y las noches pasan lentamente, los pacientes deben estar en sus habitaciones, esperando que pase el médico, aunque son muchas las veces en que no llega. Todos esperan una respuesta, pero nadie autorizado la tiene.

Puedes estar, tranquilamente, una semana para que te hagan una eco-cardia, y cuando llega el momento suspenderla porque hay otros pacientes más urgentes.

Mover y controlar los 500 pacientes de éste hospital no debe ser tarea fácil, sin duda. Tampoco lo es el poner orden en una planta como la 5ª (Cardiología), la menos conflictiva, pero tiene su aquello. Desde primeras horas del día la enfermera del turno saliente te deja las pastillas de la mañana. Son las seis y media. Poco después aparecen las auxiliares dando prisa para que pa-sen a la ducha, antes de que sirvan algo que llaman desayuno: choped, leche, mantequilla vegetal (muy poquita) y un bollo de pan. El menú siempre es el mismo... vamos, para que el cocinero no se equivoque. Mientras te duchas, si te dejan las dos toallas pequeñas, la auxiliar te "estiró la cama". Sólo se cambia dos veces por semana...

Llega el especialista, siempre acompañado de algún médico residente, te cuenta la misma película del día anterior y te jura que ya tramitó tu papel para esta o aquella prueba. El resto de los días, puro teatro. Comprensible, poca gente, muchos pacientes etc., etc.

Al mediodía, recibes alguna visita de gente extraordinaria que te sorprende. La que esperas no llega. Es lógico, cómo dar la cara, después de engañar e injuriar, sabiendo que miente como un bellaco, y sólo les queda esconderse por las esquinas, esperando el aplauso bobalicón de quienes le tienen que hacer la rosca para poder comer... Pobre gente.

Las había mucho más humanas en el Hospital Negrín, pero mucho más. Te ayudaban a cambio de nada, no esperaban nada a cambio, sólo quería que les escuchara... ¡Qué miserable será la vida para algun@s!"

En la merienda todo era genial: leche y galletas, algo duras.

La cena, a las ocho, y el menú igual al del mediodía, salvo alguna excepción, aunque la dietista Inma Rivero ponía su mejor cara y saber para tratar de arreglar al que se disparate.

Es un día cualquiera en el Hospital Negrín. Faltan 46, y sus noches, y las anécdotas más gruesas. Con todo, me quedo con la sanidad pública...