Uno no termina de salir de su asombro al observar la imperdonable desfachatez con la que el Gobierno y el partido que lo sustenta despachan cualquier pregunta relacionada con el mayor escándalo político de los últimos tiempos. El desprecio que muestran quienes nos gobiernan hacia la que se ha dado en llamar Cámara del Pueblo, sólo igualable al que manifiestan hacia la prensa en general, no tiene equivalente en ningún país de nuestro entorno.

Aquí se miente al parecer impunemente a los representantes de la voluntad popular, y lo que en otras partes sería motivo de escándalo e incluso causa de dimisión de los responsables no pasa de ser entre nosotros una anécdota sin importancia.

Es tal la desesperanza de mucha gente ante la situación económica que el Gobierno y su partido parecen creer que bastará con que hacia el final de una legislatura que se nos antoja ya demasiado larga un ligero respiro, una pequeña disminución del paro para que quienes los votaron e incluso quienes no lo hicieron les perdonen todo. Pero es hora de gritarles que no, que hay cosas que no pueden perdonarse si creemos realmente, a diferencia de lo que ellos demuestran, en la democracia: la corrupción a todos los niveles, la continua tergiversación del lenguaje para hacernos comulgar con ruedas de molino, la mentira, el abuso constante de la mayoría absoluta para desmontar lo público en beneficio del lucro privado.

Se sabe que el pescado comienza a pudrirse por la cabeza, y eso es lo que está pasando en este país, donde instituciones que deberían predicar con el ejemplo dan muestras de trapacería, donde el más listo es quien consigue evadir más impuestos y demasiados empresarios sólo piensan en abaratar el trabajo y el despido.

A uno le gustaría seguir escribiendo de lo que ocurre en Siria, de lo que pasa en otras partes del mundo. A uno le gustaría que éste fuera un país aburrido por normal, como lo son los escandinavos. Pero no puede evitar expresar un sentimiento de indignación e incluso de rabia por lo que sucede a su alrededor y sobre todo por el aire de impunidad que, pese a la loable actuación de algunos jueces, diariamente se respira.