La firme indecisión de Obama de castigar con bombardeos selectivos el uso de armas químicas en la guerra civil de Siria parece haber acabado en una solución diplomática interesante, con el ruso como aliado, no sólo como villano internacional. Cuando no se tienen ganas de hacer algo siempre se encuentra una pronta excusa. Cuando la acción era tan indeseable como inexcusable, en seguida se halló otra salida. Si este final de capítulo acaba como parece quedará claro que el juego no era el de los parecidos, sino el de las diferencias.

No hacían más que señalarse las similitudes entre Siria e Irak, que sólo se veían desprendiéndose de las gafas correctoras. En Irak no se encontraron armas químicas en los depósitos, mientras que en Siria estaban en el ambiente, el peor lugar. En ambos países había un tirano. El tirano lo es todos los días y se rige por el capricho pero quienes decimos regirnos por el criterio somos inconstantes y un día lo vemos como amigo y otro como enemigo. Sadam había cometido muchos crímenes pero no los que desataron la guerra contra él; Al Asad comete unos crímenes que no son respondidos con un ataque. En ningún momento Obama planteó una movilización propagandística como la de Bush -y sus lacayos Blair, Berlusconi y Aznar- que metieron la guerra en las casas de la retaguardia, llevaron la belicosidad al peor sitio, el ánimo civil, para poder desplegar su guerra contra el terrorismo, privada, codiciosa, subcontratada, externalizada y cobrada en petróleo y reconstrucción, que aún mata cada día, 10 años después, con carácter civil y métodos terroristas.

Por supuesto, los sirios siguen y seguirán muriendo a manos de otros sirios, como pasa siempre en estos países en los que nunca es tarde para seguir equivocándose, en los que nunca han dejado de llover bombas lanzadas desde fuera, dentro de las muchas fronteras de un área difusa e incomprensible.