Como si de un documental de animalitos de La 2 se tratara, el jueves pudimos ver por la tele cómo se produce una estampida. No hizo falta ir a rodar la escena a la sabana africana o a las praderas del salvaje Oeste. Fue en las Cortes españolas, y a falta de bisontes, los protagonistas de la violenta estampida fueron sus señorías los diputados. Como una manada más, sonó la campana y salieron de sus escaños como alma que lleva el diablo, haciendo honor al nombre de la calle donde reside la soberanía nacional: la Carrera de San Jerónimo.

Hay que comprender el carrerón. Venía un puente largo, y no era cosa de empezarlo mal perdiendo el avión o el AVE que les llevaría a casa. Pero si para resolver la crisis se dieran la misma prisa que para salir echando leches del hemiciclo, tal vez hoy no habría tanta desafección política. Tratándose además de los padres de la patria, a ver ahora quién les dice a los niños que esa no es manera de salir de clase.

No sé qué pensarán ustedes, pero ya que los teatros se han vuelto imposibles por culpa del IVA, es destacable el esfuerzo de sus señorías por entretenernos con los espectáculos que ellos mismos producen. Lo mismo se ponen a patear y mamporrear los escaños, a abuchear e interrumpir al que habla, que ponen pies en polvorosa para no perder el antepenúltimo tren que les debe devolver a su circunscripción. Eso, cuando la cosa no se pone erótica y dos chicas de esbeltas figuras se desnudan de cintura para arriba para protestar sin el riesgo de que sus señorías y los espectadores del Telediario se despisten y desvíen la mirada.

En esta ocasión, había que correr para celebrar el día de Todos los Santos, pero para mí que esas prisas no se debían a la necesidad de llegar a tiempo a los cementerios. Allí hay pocos votos que captar y tampoco es cosa de alterar el descanso eterno de esa otra mayoría silenciosa. Para unos señores cuyo trabajo es hablar y negociar leyes, seguro que prefieren la fiesta del truco o trato. Es mejor la fiesta de Halloween con consumición incluida, que la fiesta de los difuntos, que, como indica su propio nombre, siempre ha sido un muerto de fiesta. Hay que estar siempre a la última.

Si los servicios de inteligencia americana han tenido que leer los whatsapp de estos días, no sabrán si están escritos en Teror o en Oklahoma. Nos quejamos porque nos espían, pero en cambio no nos importa lo más mínimo que nos invadan culturalmente. De hecho, ellos se hacen los muertos vivientes un día, y nosotros llevamos ya cinco años sin quitarnos ese disfraz. Como en las películas de espías, todo resulta muy confuso, pero por lo que se va sabiendo, lo que parece que ha ocurrido con eso del espionaje es que, para no sentirnos inferiores, nos hemos estado espiando a nosotros mismos, y luego, se lo hemos entregado a los americanos para poderles acusar, eso sí, muy amablemente y sin querer ofender, de que también nosotros hemos sido espíados. Al fin y al cabo, si no te vigilan es que no eres importante. Ahora que se va recuperando la marca España, hubiese sido muy perjudicial no estar en una lista en la que sí está Angela Merkel. Había que estar, pues tiene mucho valor que nuestros presidentes del Gobierno también se sientan espiados por Obama. Además, así al menos pueden ser escuchados en la Casa Blanca sin necesidad de ser recibidos en el despacho Oval.

Para no ser menos que los demás, también nosotros hemos convocado esta semana al embajador americano, para que nos confirme si efectivamente recibieron y han podido escuchar todos los mensajes que les hemos suministrado.

Cumplido el trámite oficial, al embajador y a los espiados ya sólo les quedaba esperar al jueves por la noche para disfrutar de la fiesta. De la americana, por supuesto. Que para aburrimiento, ya tenemos en este país los días laborables sin trabajo.