Muchos ciudadanos hablamos frecuentemente de la codicia en estos tiempos inciertos, envueltos en tinieblas. La avaricia desbocada ha sido la causa de la mayor crisis del capitalismo desde que éste fuera inventado sobre las cenizas, o no, de la aristocracia y la terratenencia. Han sido las grandes corporaciones desreguladas masivamente por el tándem Reagan-Thatcher, teledirigidos por el sindicato de las multinacionales monopolísticas, y el papanatismo de los conversos, lo que fue minando los cimientos de estos holdings en beneficio no de los accionistas sino de una nueva clase, la clase ejecutiva, que solo se afanaba en su propio lucro.

Así ocurrió que multitud de compañías solventes adoptaron la filosofía de a follar a follar que el mundo se va a acabar, que terminó por agrietar la cáscara del huevo, por donde se escapó primero la clara y luego la yema.

Pero la sociedad seguía teniendo sus ídolos civiles. Los políticos nos han ido decepcionando, quizás una minoría, pero una minoría revoltosa y llamativa, porque también, como la clase ejecutiva, ingresan sin darse cuenta en la clase política, que considera natural tener privilegios y desmarcarse del común. Al final se sitúan en otra órbita geoestacionaria.

Dirigíamos la mirada a la ciudadanía, y a sus líderes. Muchos siguen ejerciendo un, digamos, apostolado laico, dando ejemplo de compromiso con los más débiles en estos momentos difíciles donde la solidaridad es el único salvavidas hasta para la supervivencia física, para seguir viviendo; y se conservan razonablemente austeros, y claman en el desierto de las incomprensiones, convirtiéndose, como los cineastas, gentes de la cultura, intelectuales que se separan de la manada, en objeto de la crítica y primer ariete de la envidia.

Pero otros nos han decepcionado; lo siento, pero la única explicación a algunos comportamientos insensatos es la codicia. Vemos anuncios, que repite machaconamente la televisión, todas las cadenas, donde chicos que han dado una lección de esfuerzo y superación personal, se convierten en titiriteros del dinero; en chacolís de feria movidos por los hilos de este esperpento de nunca acabar. Y es que a las medallas hay que darles mangrina para que sigan brillando. Cuántas veces hemos dejado el tema para mañana, porque creemos no haber entendido lo que vemos. Y así va quedando en el olvido, hasta que el zapping nos ofrece otra vez la bipolaridad de un Rafael Nadal, un campeonísimo con imagen bien ganada de sensatez y humildad, sumándose a la indecente campaña nacional de promoción del póker. Junto con un legendario jugador de fútbol, Ronaldo, que en los anuncios, además, sus manos hacen juegos malabares con fichas del casino.

¿Ese es el modelo que deben seguir los jóvenes que empiezan a abrirse camino?, ¿promocionar las barajas, la ruleta, poner en el azar y en la habilidad el enriquecimiento? Vamos directos al paraíso de los trileros. Otros, como los chóferes de la F-1, promocionan marcas de vehículos: está bien, mientras aconsejen no apretar demasiado el acelerador fuera de los circuitos. Este complemento salarial puede encajar en el oficio, aunque tal sobresueldo sea un desprecio a los seis millones de parados y a los que tienen que sufrir como siervos los contratos basura, y a los millones de hogares con todos sus miembros en paro. Igual que ocurre con los dirigentes del PP trincados por las confesiones de Bárcenas. ¿No les basta para vivir los millones de euros de su actividad profesional?

Lo que no encaja, y no puede explicarse si no se acude al encantamiento de la ambición desmedida, es que campeones considerados modelos de la juventud no sean conscientes de la responsabilidad que han contraído y se vendan por un plato de lentejas cuando tienen llenas las despensas para varias generaciones.

No. Estos deportistas son ídolos con pies de barro. No son dignos de imitación. No representan los valores éticos y morales que no tienen fecha de caducidad. Porque la incitación al póker, a los juegos de azar en general, ya está produciendo estragos en la juventud. Unos estragos que empiezan a romper las relaciones familiares con la perversa ayuda de internet y el juego a distancia, que incluso ofrece préstamos virtuales a modo de anzuelo para pescar incautos.

Y todo esto arropado por un sector del PP, ante el espanto de sus correligionarios sensatos, que con la disculpa de crear empleo han convertido el reino de los casinos de Las Vegas del magnate Adelson en un Eldorado al que se confía la recuperación económica del país.

Qué tristeza, y qué desasosiego. La justicia social, la igualdad de oportunidades, la Constitución, sustituidas por el hagan juego. Además, en el juego, como en las finanzas, siempre gana la banca.

Directos a la Marca España de los descamisados.