Si llegara a celebrarse el referéndum de autodeterminación en Cataluña, y si yo pudiera votar en él, tengo muy claro cuál sería mi voto si se mantuvieran las dos preguntas cocinadas por el presidente Mas: sí a que Cataluña sea un Estado y no, por supuesto, a que sea un Estado independiente. Eso no humillaría a ningún español, porque en algún sitio hay que decidir primero que también Canarias, Galicia, Cantabria, País Vasco, Navarra, Aragón, La Rioja, Baleares, Valencia, Andalucía, Extremadura, las Castillas... cambien su condición semántica y dejen de ser Comunidades Autónomas para ser Estados. ¿Traje o terno?

Tenemos el ejemplo alemán, en el que las regiones o Länder son los Estados de la RFA. Madrid pasaría a ser distrito federal, y el Senado podría cumplir una función clave: cámara de encuentro de los Estados, como el Bundesrat; así, entre otras cosas, todo lo que atañe a las regiones-estado, como la financiación, la aplicación local de la legislación europea y nacional... no las asumiría el Estado central-federal sino los Estados de la federación. Es decir, que desaparecería la tripleta sinonímica de ´Madrid-centralismo-culpable´ de todos los males. ¿Y eso es importante para España? Sí y no. Si no hay más remedio que algo cambie para que nada cambie en el proceso democrático de unidad continental creciente, y el federalismo es la vía, convirtamos el sistema autonómico en un sistema federal, en el bien entendido de que hoy por hoy el modelo español es tan federal como el alemán.

El inconveniente para esta transacción, que con encomiable afán defiende Pérez Rubalcaba, es que eso no va a contentar ni a ERC ni a la parte dura de Convengencia, más allá, quizás, de la conveniencia táctica de ganar tiempo. Porque lo que demuestra la historia es que la globalidad de las maldades que se han presentado como perversos agravios a Cataluña no lo son en absoluto. La mayoría de las autonomías, como la canaria, para no ir más lejos, tienen la misma queja. Y cada vez que el Consejo de Ministros legisla o decreta a golpe de cojones imperiales, insulta e indigna por igual a toda la periferia, e incluso al centro. Ya decía Matías Vega Guerra, el último cacique, cuando era presidente del Cabildo y hombre del Movimiento de probada lealtad franquista, que existía un "inmoderado afán centralista". Con esto se refería a la visión mesetaria de los problemas hidráulicos de las islas o de la unificación fiscal que fue aguando los Puertos Francos.

Cuando los nacionalistas presuntamente moderados de Cataluña respaldaron la Constitución, dijeron en aquel momento, no solo por boca de Miguel Roca, que sus aspiraciones diferencionistas estaban colmadas. Pero como recordaba Kennedy, quien se decide a montar a lomos de un tigre inevitablemente acaba devorado por la fiera, que por mucho que se la limpie no pierde las manchas. Y Artur Mas, cuando se vio superado en sus capacidades y acosado por la crisis, decidió sacar en procesión al fantasma independentista; empezó una insensata escalada en la que elevó la demagogia al cubo, manipuló datos... Ignoró los éxitos en Madrid que jalonaron los mandatos de Jordi Pujol, que siempre volvía a casa después de poner contra las cuerdas al Gobierno de turno presumiendo de haber hecho un gran negocio, tanto con Felipe González como con Aznar. Entonces... ¿cómo es que ahora resulta que aquellos años fueron parte de la gran opresión?

No. El populismo cuando se desboca es como el caballo que no ve el muro que es imposible saltar. Nada importa la verdad, ni siquiera el sentido común. El punto crítico, aquel en que todo se vuelve incierto, es una oportunidad, la penúltima oportunidad. Todo conductor suicida confía en que en el último segundo el coche que viene en contra sea el que dé un brusco volantazo. Si lo da, los dos escapan; si no lo da, se mata, pero le anima un afán ruin: el otro casi seguro que también. Sin embargo no es lo mismo cuando el que se lanza al encuentro es un humilde 600, y el otro un camión de dieciséis ruedas. Ahí los dos no salen igual de dañados.

Artur Mas ha metido en un gran enredo a los catalanes, empezando por su propio partido, al que ha dividido al menos en dos: los que van alegremente hacia el desastre cantando a coro con dominguero paso marcial el patio de mi casa es particular, llueve y no se moja como los demás, y los que conservan el tino pero siguen en el grupo para que no les llamen traidores.

Pero repasemos la historia: cuántas tragedias se habrían evitado si hubiera habido más disidentes en la URSS, Cuba, la Alemania nazi, la España de Franco, la Italia de Mussolini, la China de Mao...

(tristan@epi.es)