Muere Juan Gelman y su figura se nos aparece como en ese sueño del que habla Fogwill en su libro La gran ventana de los sueños. Sobre todo, a quienes nos hemos sentido acompañados por él desde nuestra primera juventud.

Escribe Fogwill: "Había una vez que yo soñé algo y lo olvidé. Ese sueño y sus no imágenes me siguen hasta hoy, cuando han pasado casi treinta y nueve años. A eso se llama vivir, o haber vivido, pendiente de un olvido." Difícil negar entonces que la memoria está llena de olvido. Cosas negras, como las llama Fogwill, de las que se compone la memoria y en cuya oscuridad se agazapan las huellas que forman parte del presente.

¿Acaso la vida no se concibe como un palimpsesto, vocablo que en griego significa "grabado de nuevo"? Vista así, la presencia de Juan Gelman parece sostenerse en el tiempo como se conservan en la misma superficie de ese manuscrito, el palimpsesto, los rastros de una escritura anterior. El hecho de que esta quede borrada, como un sueño olvidado, subraya aún con mayor intensidad su permanencia.

No importa si le hemos seguido o no la pista a su trayectoria poética, Juan Gelman es para muchos una referencia importante en la vida. Él es la poesía, con sus excelentes poemas y otros quizás menos buenos, pero su figura trasciende el ámbito de lo estrictamente poético. Mueren buenos poetas y nos consolamos con su poesía. Muere Juan Gelman y no solo permanecen sus poemas. Queda también el bagaje de nuestra experiencia, mediatizada por este hombre de carne y hueso que mostró siempre el coraje de sus buenos sentimientos.

Desafiante de la tiranía e injusticia y sacudidor de las conciencias, Juan Gelman se lleva en su partida definitiva una parte nuestra. Tal vez por eso su muerte sacuda tanto las entrañas dolientes de los vivos. A eso se llama, volviendo al sueño de Fogwill, vivir, pendiente de un olvido. Un olvido pendiente, ay, mientras dure nuestra común temporal eternidad en la tierra.