Leo en La Vanguardia que los soldados chinos ya no caben en los tanques de su ejército. Han crecido, debido a los cambios en la alimentación, y ahora, en vez de conducir un vehículo de guerra, parece, debido a las estrechuras, que conducen un ataúd. A ver si les sacan el dobladillo a los tanques como hacían con nuestros abrigos en mi infancia. Los españoles, hace unos años, éramos también bajitos. Mi generación debió de ser la primera que creció por encima de la de sus padres. Crecer más que el padre conlleva sus problemas psicológicos. Se siente uno culpable. De ahí que muchos de nosotros andemos un poco encorvados por la vida, como para que no se nos note. Ahora bien, como fuimos la primera generación en no ir a la guerra, tampoco tuvimos oportunidad de ver si los tanques nos venían grandes o pequeños. Quienes sí nos venían pequeños, en la mili obligatoria, eran los sargentos y los tenientes, y los generales. Los reclutas éramos por lo general más altos que ellos, de modo que nos tenían que mirar desde abajo. De ahí, quizá, la mala leche que les consumía.

En todo caso, los tanques, como los zapatos, conviene comprarlos crecederos. A ver a quiénes venden ahora los chinos sus carros de combate para liliputienses. Quizá a los coreanos del norte, cuya alimentación deja mucho que desear. Lo curioso, con todo, es que el parámetro para medir la estatura media de los habitantes de un país sea el tanque. Uno habría entendido la noticia mejor si la referencia hubiera sido, no sé, la altura de las puertas: "La nueva generación de chinos se tiene que agachar para entrar en su casa". Una noticia de este tipo es como más humana. Al menos, contiene una carga doméstica que despierta la empatía. Pero que no quepan en los tanques... Es como si nos hubieran dicho que no caben en los féretros. Suena un poco siniestro, ¿no? Nuestros féretros, en relación a los de nuestros padres, han tenido que crecer también. A mí, en el de mi padre, me quedarían las piernas al aire. Pero es un pensamiento que no se me habría pasado por la cabeza de no ser por la noticia de La Vanguardia mencionada al principio. Ahora, al recordar el féretro pequeño de mi progenitor, siento una ternura enorme y como ganas de llorar. ¡Estos chinos!