Tras el Debate sobre el Estado de la Nación, Mariano Rajoy alcanza el ecuador de su mandato. El periodo de intenso reformismo -por regla general, los dos primeros cursos de cada legislatura- ya pasó, aunque, para ser honestos, hay que hablar más bien de ajustes. Es cierto que la agresiva reforma laboral impuesta por la Troika ha facilitado la recuperación competitiva al favorecer la flexibilidad. La Seguridad Social busca garantías de viabilidad con un nuevo modelo que augura jubilaciones a la baja. Los impuestos se han multiplicado a velocidad de vértigo sin que, por otro lado, la recaudación fiscal haya aumentado notablemente. Los ajustes autonómicos en Educación y Sanidad se traducen en mayores listas de espera, una menor atención a la diversidad en el aula y, probablemente, un incremento en los porcentajes de fracaso escolar. Resulta más caro volar y comprar medicamentos, utilizar el transporte público y pagar la factura eléctrica, lo cual redunda en elementos adicionales de presión sobre la clase trabajadora. Inmersa España en la peor de las coyunturas económicas posibles, cuando Mariano Rajoy llegó a La Moncloa el rescate parecía inminente. Muy pronto, la crisis aceleró sus efectos: se destruyeron cientos de miles de empleos, se secó aún más el grifo del crédito y se cerraron decenas de empresas públicas (en todo caso, demasiado pocas en opinión de los adalides de la austeridad). Lo inevitable, sin embargo, no sucedió y, dos años después, Rajoy puede alardear de haber detenido el rescate así como de haber estabilizado, al menos hasta cierto punto, la macroeconomía del país: inflación moderada, exportaciones al alza, retorno de la inversión exterior y el IBEX-35 recuperando parte del camino perdido. Se han puesto las bases del crecimiento futuro, aunque ya nada será igual: generaciones quemadas y paro estructural, mayor precariedad laboral y fuerte endeudamiento. El desprestigio institucional se sitúa en máximos amenazando con fracturar la tradicional hegemonía del bipartidismo. ¿Se encamina el conflicto catalán hacia el temido choque de trenes? ¿Vamos hacia unas plebiscitarias con declaración unilateral de independencia? Al final, el poder político avanza bajo la guía de la incertidumbre.

Después de las reformas y los ajustes, se presagian a partir de 2016 dos años de ciertas alegrías presupuestarias: rebajas en el IRPF, ligeros incrementos de inversión en infraestructuras y algo de manga ancha a la hora de contratar nuevos empleados públicos. El PP sabe que la economía puede hacer que gane o pierda las próximas elecciones, mientras pasa de puntillas sobre la espinosa ley del aborto o sobre los problemas en la frontera de Ceuta y Melilla. "¿Usted en qué país vive?", le espetó enfadado el líder de la oposición Alfredo Pérez Rubalcaba. La respuesta más obvia hubiera sido que en un país -como cualquier otro- sujeto a un difícil proceso de adaptación al nuevo ciclo de los tiempos. La robótica y la tecnología, la globalización y la imposibilidad de devaluar la moneda, la importancia creciente del capital humano y del marco europeo suponen un cambio de signo que todavía no parece haber calado en la opinión pública española ni en su clase política. En este sentido, Rajoy conserva las hechuras de un gobernante de la vieja escuela, más preocupado por mantener la estabilidad que por acelerar las reformas estructurales. Aún así, dar por muerto a Rajoy o al bipartidismo me parece un error. Entre otros motivos, porque en 2016 quizás asistamos al surgimiento de una gran coalición (PP-PSOE); posibilidad todavía difícil pero que, sin duda, resultaría preferible a la perspectiva de un parlamento fragmentado y un país ingobernable.