Decía el escritor y filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson (1803-1882) que los pueblos más avanzados son siempre los que navegan más. En nuestro país, y concretamente en nuestra tierra, hemos estado remando sin parar en estas dos últimas dos décadas, pero somos muchos los que pensamos que jamás llegaremos a puerto con políticos que siguen dirigiéndonos con un remo hacia adelante y con otro para atrás o en círculo. La convergencia, no ya con Europa sino con las cinco CC.AA. más punteras de España, es cada vez más inalcanzable. Se ha perdido la confianza en las instituciones porque no se han puesto recursos, sólo discursos. La falta de funcionalidad de muchas de las acciones o planes, la desconexión con los valores del futuro y la falta de información fiable sobre los resultados que se persiguen erosionan la legitimidad de quienes nos gestionan o representan.

La culpa la tienen los ladrones del tiempo. Me refiero a todos aquellos -sean políticos, empresarios o profesionales- con cargos de responsabilidad que deshacen lo que otros han creado y que con su cinismo no respetan el buen hacer de quienes les precedieron. Y sé de lo que hablo. Pero también me refiero a los que llevan años diciendo lo que van a hacer y siguen sin hacerlo; esos que ilusionan con sus fantasías y mentiras a los más capaces para hacer caminos en el desierto pero acaban secando el oasis de la esperanza. El cinismo es una máscara detrás de la cual se encuentra una persona cuyas expectativas no se han realizado y proyecta sus miserias sobre la mísera realidad de la que forma parte. La persona cínica suele ser desconfiada, insegura, y llena de miedos. Según Álvarez de Mon, los directivos cínicos pueden ser espabilados y listos, pero no inteligentes. Este tipo de líderes se apropia del avance de los que reman hacia adelante, del mérito del otro. Hablan de innovación y no son innovadores, hablan de emprender pero no son emprendedores, hablan de excelencia pero nunca han sido excelentes, hablan de superación pero odian a los que les superan. Y sé de lo que hablo. El cínico no sirve para dirigir. Cuando un cínico es nombrado director, subdirector o coordinador en una organización existe una completa incoherencia entre quién se es y qué hace. Mala cosa, porque hoy día el cinismo suele ir de la mano del poder, todo lo opuesto al liderazgo que necesitan las organizaciones españolas para generar entusiasmo e ilusión en sus profesionales.

Los ladrones del tiempo carecen de los principios de un buen gobierno: no tienen objetividad, integridad, credibilidad, imparcialidad, transparencia, ejemplaridad, accesibilidad, eficacia, dedicación desinteresada y promoción del entorno en el que se mueven. Son remeros que cambian de navío y mantienen desestructuradas y sin rumbo las embarcaciones en las que navegan, no resuelven los problemas y retos de la sociedad desde su compromiso político o profesional porque muchas veces son incompetentes como políticos o como profesionales. Los ladrones del tiempo son individuos que se miran el ombligo, tienen horizontes de azotea sin visión global o internacional de las cosas, son artistas del rumor y la mentira, a todos quieren y según ellos hasta todos les quieren, pero no les vacila el espíritu rencoroso para clavar la daga en secreto cuando les das la espalda. Son hábiles para rodearse de personajes susceptibles de servilismo que aprovechan para sus propios intereses. Y sé de lo que hablo. Cuidado con los ladrones del tiempo: son amores que matan.

El porvenir, eso que está por venir, puede que no venga nunca. Hoy conviven tres generaciones diferenciadas en la política y en las empresas, pero desgraciadamente muy pocos de ellos son capaces de desplegar el talento colectivo de sus empleados y profesionales con la motivación y compensación más adecuadas. Es tal el distanciamiento entre el Gobierno, las Universidades, las empresas y la sociedad que no se ha sabido aprovechar debidamente a los mejor preparados. Más de la mitad de los titulados universitarios no han conseguido estabilidad laboral cinco años después de graduarse y más de un tercio trabajan en empleos que no precisan gran cualificación. Ha habido tal despilfarro de esas potencialidades que en la actualidad sólo el 5% de las organizaciones empresariales españolas gestionan el talento colectivo de forma muy eficaz. Dentro de los próximos cinco años se jubilarán una gran proporción de los talentos del colectivo de ciudadanos que a finales de la década de los setenta del siglo pasado creyeron que con el esfuerzo, el virtuosismo y la excelencia iban a formar parte de la gran orquesta de la cultura y de la ciencia. ¡Qué ilusos! En estos últimos veinte años, los ladrones del tiempo han provocado el éxodo de nuestros talentos que, enmudecidos en su tierra, han decidido abandonarnos para ser aplaudidos fuera de España. Vivimos en la tierra de lo nunca empezado o de lo inacabado. Somos muchos los que creemos que aquí se paró el tiempo. Buen día y hasta luego.