Rusia tiene a la flota del mar Negro en Sebastopol, en el extremo de la península de Crimea, así que Moscú hará todo lo posible para tener dicha península bajo su control. Pero para ir directamente de Rusia a Crimea hay que tomar un ferri en el estrecho de Kerch, que comunica el mar Negro y el mar de Azov. Mal asunto para una columna de tanques y camiones. Hasta que no se construya un puente de cuatro kilómetros sobre dicho paso, a Moscú le convendrá garantizar un paso franco por las provincias ucranias que separan ambos territorios, provincias donde la rusofilia y la rusofonía son muy abundantes. Por lo tanto, la actual revuelta pro-rusa de Crimea y el apoyo militar de Moscú pueden ser solo el principio. Y si se contenta con eso, los nacionalistas de Kiev y de las regiones occidentales se podrán dar por satisfechos, porque en esta batalla corren el riesgo de estar muy solos. Tan solos como las víctimas de Al-Asad en Siria, abandonados a su trágico destino porque cada potencia protege a sus sátrapas geoestratégicos y Damasco es zona rusa.

Al final de la guerra fría, por el hundimiento económico de la URSS, no le siguió una conferencia de paz que trazara las nuevas fronteras; simplemente, los satélites del pacto de Varsovia se fueron marchando y se fueron sumando a la OTAN, mientras las repúblicas de la URSS se convertían en estados independientes. Los pequeños estados bálticos aprovecharon la debilidad rusa para romper lazos y cadenas, y fueron acogidos en los brazos del atlantismo, mientras que Bielorrusia y Ucrania permanecieron, en cambio, bajo control de Moscú. La primera con un régimen autoritario, la segunda con gobiernos pro-rusos bien sujetos por el dogal del suministro de gas a precio de amigo, dogal que no dudó en apretar en 2006, cuando la llamada revolución naranja abrió la puerta a un giro pro-europeo. Rusia ya no estaba, ni está, en la situación de 1990, cuando se vio incapaz de detener la salida de los bálticos. No se ha formalizado ningún acuerdo como los de 1945 para dividir Europa, pero hace dos décadas se establecieron de facto unos límites que incluyen a Bielorrusia y a Ucrania en el imperio oriental, sin más restricciones que las derivadas de la oposición interna.

Ante las columnas de tanques y camiones rusos, Obama protesta enérgicamente para consumo de la opinión pública y Europa hace como que se indigna y reflexiona, pero Occidente no va a ir a la tercera guerra mundial por Yulia Timoshenko, la líder de las trenzas doradas. Por mucho que Angela Merkel la colme de abrazos.