Lo peor de tener mucho tiempo libre es que igual te da por ver la tele. La tele, sobre todo combinada con el sofá, es un factor de envejecimiento extraordinario. Por eso muchos médicos aconsejan no acercarse a ella o, en todo caso, verla de pie. Yo lo he probado y funciona. La tele, de pie, acaba convirtiéndose en un trasto parecido a esa bicicleta estática que hay, abandonada, en todos los hogares. Al principio hace gracia verla un poco desde arriba. Es otra perspectiva. El hecho de no estar sentado te anima a moverte. Primero cargas el cuerpo sobre una pierna, después sobre la otra. Luego paseas de un lado a otro del salón mientras por la pantalla desfilan los rostros, los organismos, las cremas dentales de los anuncios, los automóviles, los cereales con fibra, las personas con pérdidas de esto o de lo otro€ Cuando llevas media hora de pie, te das cuenta de que es un desfile de fantasmas. Un desfile de muertos. Lo que sale es una versión difunta de los actores, de los locutores, de los anunciantes... Es raro. Entonces, empiezas a ir a la cocina, te preparas un té, un café, coges unos frutos secos y regresas al salón para continuar viendo la televisión de pie.

Hay un momento en los que el cerebro grita que te sientes, que vuelvas al sofá, que ya. Pero volver al sofá es como dar una calada para un exfumador o un trago para un exalcohólico. Es recaer, y las recaídas hacen más daño que las caídas. No regreses. Utiliza el sofá para hacer otras cosas, pero no para ver la tele, pues en esta ocasión, después de la experiencia de haberte relacionado con ella de pie, padecerás un ataque de delirium tremens.

En fin, todo esto no lo digo yo, lo dice la ciencia. Estos días pasados caí en la tentación de asomarme al Debate sobre el Estado de la Nación desde el sofá y casi pierdo el juicio. No era solo la sensación de lo ya vivido, el sobresalto del desdoblamiento, no, era mucho peor. Veía uno la tribuna del Congreso llena de agujeros por los entraban y salían ratas de este tamaño como Pedro por su casa. Veía uno moscas, millones de moscas que se posaban sobre los labios y los ojos de los oradores sin que estos hicieran un solo gesto por espantarlas. La verdad, muy mal todo. Al fin, logré ponerme de pie a tiempo para alcanzar el mando a distancia y apagar el bicho antes de enloquecer. ¡Qué susto!