Miguel Blesa, en la conserva de su coche blindado, viene de declarar ante el juez que estar jubilado no significa ser "analfabeto financiero". Sí, pero la crisis financiera demostró que ni los reguladores ni los vendedores entendían los productos ni reconocían su toxicidad. Podemos imaginar a un jubilado que apenas oye lo que no entiende y firma lo que no sabe leer pero no hace falta: la letra pequeña hace ilegible un texto ininteligible. Al menos permite alegar presbicia. Se puede aceptar que los pensionistas querían lo que suele cuando se someten ahorros a algún riego: que si las cosas van bien den para acercarse a una oficina de Nautalia y que, si van mal, sólo haya reyes para los nietos que aún creen. Esperan ganar, ganar y después ganar aceptando que algo se pueda perder. No quieren comprar algo inservible y quedar sin nada. En las preferentes no había riesgo, algo que puede suceder o no: había una inversión insegura segura.

Las inversiones de los jubilados del mundo unidos no son inocuas y se basan en la doble ignorancia financiera del no saber y del no querer saber. Son los fondos que los grandes especuladores mueven en beneficio de los dulces abuelitos y en nombre de la eficacia del mercado, de la necesidad de liquidez, del socorro a las empresas en apuros y versículos siguientes. Los tiburones responsables de partir en trozos las empresas, de los despidos masivos, de las compras feroces y de las ventas veloces saben lo que cuesta imaginar ancianos con deportivas de velcro que derri-ban las puertas de las oficinas, arrollan con sus sillas de ruedas a los trabajadores, blanden duros bastones y se arrancan los pañales de incontinencia para violar empleadas y empleados. Esa ferocidad no la mueve el beneficio del pensionista sino el bonus, los millones de dólares que lleva el escualo pero los ahorros del abuelo acaban muchas veces con el empleo del hijo y el sustento del nieto.