Un siglo después de la guerra mundial que nadie entiende cómo se desató y que significó la extinción de los grandes imperios, la niebla bélica se asienta sobre Europa porque Putin ha decidido reconstruir pacientemente la Unión Soviética imperial, a su imagen y semejanza. Pretende "resovietizar la periferia rusa", por tomar la expresión de la futura presidenta estadounidense, Hillary Clinton. En cambio, la primerísima dama peca de facilona al equiparar al nuevo zar con Hitler, hay que ser cuidadoso con las etiquetas. Verbigracia, Putin ha anunciado sus planes de fagocitar Ucrania en una rueda de prensa sin cortapisas. Rajoy no se atrevería a someterse a un escrutinio semejante, pese a presumir de demócrata. Aceptemos como contrapartida la modestia de los sobresueldos en negro de los gobernantes españoles, frente a las gabelas que reparte Moscú.

El presidente neosoviético inaugura la transparencia del mal, la exhibición descarnada de su pulsión imperial desde la convicción de que el Occidente de Irak y Guantánamo no puede impartirle lecciones de moral. La coartada del país asiático no faltó en la rueda de prensa de Putin. Los pecados occidentales han alcanzado una difusión global. En el documental The act of killing, erróneamente castigado sin Óscar, los verdugos indonesios le mencionan el penal de la base cubana al entrevistador que les reprocha su abnegación en la tortura. El olvido de las lecciones de las Cruzadas primigenias pasa una elevada factura.

Putin estrenó la transparencia del mal en los juicios estelares al magnate Jodorkovski o a la banda Pussy Riot. La arbitrariedad judicial se desarrollaba a plena luz, sin restricciones para los periodistas ni las cámaras. La cacareada protección de la difusión global se desvanecía ante sentencias ejemplarizantes, los indultos solo acentuaban la majestuosidad del zar magnánimo después de ejecutar la cumplida venganza del KGB. El presidente ruso y futuro líder soviético ya le mostró a su colega estadounidense las fronteras de Irán y Siria. Tal vez Ucrania sirva para desperezar a Obama de la modorra que le provoca el mundo que se extiende más allá de la NBA. Su reto consiste en evitar "una derrota sin guerra", por utilizar la terminología de Churchill para los pactos fallidos.

En la nueva escaramuza del águila bicéfala rusa contra el águila calva estadounidense no se entiende la insistencia en declarar la máxima tensión "desde la caída del Muro", como si hubiera transcurrido un cuarto de siglo. El planeta se halla en términos históricos al día siguiente de la autoliberación de Berlín Oriental. Ni siquiera resulta descabellado envolverse en la terminología de la guerra fría, a pesar de los idilios entre Reagan y Gorbachov, Clinton y Yeltsin y Bush y Putin. No sonrían, porque el inefable conquistador tejano de las cuencas mesopotámicas describió románticamente su encuentro con el actual presidente ruso. "Miré al tío a los ojos, y me di cuenta de que era directo y digno de confianza. Fui capaz de llegar al fondo de su alma, un hombre profundamente comprometido con su país". Con semejante ojo clínico, es una suerte que Esta-dos Unidos se haya limitado históricamente a disparar hacia donde le señalaba la diplomacia europea.

Mientras los occidentales ociosos dirimen si internet favorece las revoluciones o las contrarrevoluciones, los gobiernos universalmente desacreditados deberán prohibir la concentración de la ciudadanía en las plazas disolventes, al estilo Fernández Díaz. The Square es otro apasionante documental sobre la revolución egipcia, que también se quedó a un paso del Óscar y se centra en el ágora cairota de Tahrir. En Turquía se llamó Taksim, y la suerte de Ucrania se libró en Maidán. Sin embargo, el futuro se decide entre quienes contemplan las manifestaciones masivas entre visillos, temerosos y más propensos a cobijarse bajo el manto de armiño de Putin.

Obama engrosará la historia como el primer presidente norteamericano aburrido de su imperio. Frente al autista trasatlántico, Putin diseña una URSS preferentemente de rostro pálido -Bielorrusia, la Rusia blanca-. El zar coloca en sus provincias a sátrapas a perpetuidad, véanse la porción bielorrusa o Kazajastán, virreyes avejentados con los que España mantiene excelentes relaciones comerciales por la cuenta que le trae. En otra lección apresurada de geografía, los españoles descubren que Ucrania tiene el tamaño y población de su península, además de superarla en población. La UE, en fin, se alarma al recibir la notificación de que no toda Europa quiere ser europea. Putin sigue tejiendo.