Hay marcas de las que no nos podemos sentir orgullosos. Todo lo contrario. Producen vergüenza y delatan miserias. Por eso que Canarias sea la comunidad autónoma con los estándares más bajos de atención a la dependencia destapa los errores, olvidos y abandonos con quienes más ayuda y atención necesitan. Las estadísticas e informes oficiales advierten del grave incremento del número de personas que viven en situaciones de riesgo o dependencia en la Isla, por lo que si logramos ser honrados con la realidad nada nos impide ver el sufrimiento de nuestros semejantes. De ahí que cobren hoy más valor compromisos como el de los Hermanos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, que celebraron ayer con solemnidad la fiesta de su fundador.

La Ciudad de San Juan de Dios en el barrio de El Lasso, que se constituye como un centro de atención integral a personas en situación de dependencia por discapacidad, siempre ha mantenido unos vínculos excepcionales con la población de Las Palmas de Gran Canaria.

Si bien el comienzo de las labores de San Juan de Dios se remontan a Granada en el comienzo del siglo XVI, la historia de los hermanos de San Juan de Dios en Gran Canaria se aproxima a los años cincuenta. Superadas las reticencias del obispo Pildáin, la llegada de Infantes Florido permitió que se instalasen en la Isla los religiosos que ya lo habían hecho en 1949 con la clínica infantil de San Juan de Dios en Tenerife.

La generosidad y la entrega de doña Pino Torres de Morales, y un grupo de mujeres que se reorganizaron como las Damas Cooperadoras de San Juan de Dios, que solicitaban donaciones, surgió la idea de completar la labor asistencial con una casa en Las Palmas de Gran Canaria.

El impulso de los religiosos contó con el apoyo decidido de María Teresa Rivero Castillo de Olivares, condesa viuda de la Vega Grande, y doña Carmen Crespo (viuda de Velázquez), que juntamente con el Cabildo de Gran Canaria donaron los 86.000 metros cuadrados de suelo sobre el que se levanta el complejo de El Lasso.

El pasado 24 de enero se cumplieron 45 años de aquella primera piedra de lo que es hoy la Ciudad San Juan de Dios, que se inauguró oficialmente el 28 de octubre de 1972. Se concibió en el origen como una auténtica ciudad laboral destinada a rehabilitar a los niños, formarlos y capacitarlos para su inserción en la sociedad. Si bien el espíritu del santo fundador es el mismo, las labores y las atenciones han variado en el transcurso de todo ese tiempo.

Hoy la Ciudad de San Juan de Dios atiende la discapacidad intelectual en todas las edades. Cuenta con una escuela infantil para bebés de 0 a tres años; un colegio de educación especial, para alumnos de hasta 18 años; un centro de día para adultos de 18 a 65 años con grave deterioro mental y grandes limitaciones. El complejo educativo asistencial también dispone de 30 plazas de residencia para personas adultas con enfermedad mental crónica; una residencia infantil para menores hasta los 18 años, que presentan gran dependencia o pluridiscapacidad y que debido a diversas causas sociofamiliares precisan medidas de guarda o amparo, a propuesta de la sección de Centro y Hogares del Cabildo de Gran Canaria o de la Dirección General de Protección del Menor y la Familia. Y por si esto no fuera ya una ingente labor asistencial, los vecinos del cono sur de Las Palmas de Gran Canaria encuentran en esta ciudad de El Lasso su área de rehabilitación, concertada con el Servicio Canario de la Salud. Y en estos tiempos de aguda crisis doscientas familias de los barrios de la zona circundante reciben la atención de los servicios sociales en la Ciudad de San Juan de Dios.

Si hoy el complejo de la Orden Hospitalaria goza de las más modernas tecnologías e instalaciones en rehabilitación, en el objetivo de una permanente ambición por mejorar los servicios y la asistencia, pocos recuerdan ya aquellos inicios en los que los hermanos se aproximaban a la mendicidad para conseguir los recursos necesarios.

La crisis que vivimos muestra un perfil que supera lo pasajero o coyuntural. La situación no es más dramática gracias a la existencia de una red social, que empieza por el tejido familiar, pero que también incluye iniciativas e instituciones, como las que promueven los Hermanos de San Juan de Dios, que están evitando que miles de personas se hundan en el pozo de la exclusión.

Motivos no faltan por lo tanto para reivindicar la defensa de un estado de bienestar amplio y vigoroso, en el que la solidaridad sea un valor público para lo que se requiere de instituciones y entidades, públicas y privadas, que lo hagan posible y una sociedad civil organizada que se apoye en un robusto entramado de cooperación y fraternidad y en un justo reparto de los bienes.

Aquí es donde cobra un papel fundamental la Ciudad de San Juan de Dios en Las Palmas de Gran Canaria. Tanto para creyentes como para no creyentes, los cuatro religiosos que permanecen en la comunidad de El Lasso, los trabajadores, voluntarios y bienhechores realizan una encomiable labor, fundamental e importantísima, atendiendo unas situaciones humanas de limitación máxima.

El trato y las maneras de los Hermanos en la atención integral, avalados por una historia magnífica, es lo que caracteriza al centro de El Lasso y a otros similares esparcidos por el mun-do. Podemos cuestionarnos cómo mantener la esperanza en estos tiempos tan difíciles, pero contemplar la Ciudad de San Juan de Dios, su estímulo y entrega, nos ayuda a pasar del pesimismo a la responsabilidad solidaria. Y a la confianza en que otra realidad es posible.