Abdou: Otro calambre. Ya apenas podía mover las piernas. Lanzó un grito, sin que nadie le prestara atención y el sentimiento de soledad fue en aumento. La oscuridad era total y tenía miedo. El morro de la patera se sumergió peligrosamente y poco a poco, con mucha dificultad, volvió a enderezarse. Era curioso, tenía la boca extremadamente seca, se moría de sed, y estaba rodeado de agua. La mujer que estaba a su lado vomitó mientras sujetaba fuertemente a un niño de unos dos años, que debía ser su hijo. A Abdou le vinieron arcadas, pero aguantó. No sabía si los retortijones que sentía eran fruto del hambre, el miedo o el mareo. De cualquier manera, tenía que ponerse de pie, sacudirse el agua que lo empapaba y desentumecer los músculos. Comenzó a erguirse y, sin darse cuenta, se orinó encima. El patrón de la patera le gritó que se sentara ya que podía desequilibrarla. Pero Abdou no oía. Entre brumas, se veía en la aldea mientras su padre con una sonrisa triste le decía: "Allí tienes un futuro, aprovéchalo y vete a buscar una vida digna, o al menos una vida". Una ola chocó contra la patera e hizo que Abdou perdiera el equilibrio. Como a cámara lenta cayó al agua. Nadie le prestó ayuda y la patera siguió su curso. Poco a poco, y tras luchar unos minutos contra el mar embravecido, Abdou fue sumergiéndose mientras pensaba: "Sin lugar a dudas, ahora estaré mejor. En otra vida".

Moussa: Lo peor era la noche. La humedad que hacía en la playa donde dormía le dejaba hecho polvo. Durante el día estaba bien. Hacía sol y se sentía cómodo en la arena. Llevaba mucho tiempo esperando la salida de la patera. Hacía tres semanas que había entregado a Demba el dinero estipulado. Su destino era Canarias, y le habían prometido que saldría pronto. Pero los días pasaban y no tenía noticias, ni de Demba ni del dinero. Según su costumbre, tras despertarse se acercó a la orilla y se enjuagó la cara con agua de mar, cavilando sobre lo que, con suerte, podría llegar a comer. Sacudió su ropa de arena y se adentró en el mercadillo de al lado del muelle. El ruido era atronador. Bocinas, gritos de vendedores ofreciendo su mercancía, niños jugueteando.... Tenía mucha hambre, y el olor que desprendían los alimentos que estaban a la venta le acentuaba la necesidad. Tras observar un puesto de fruta cuyo propietario parecía despistado, se acercó y lentamente dirigió su mano derecha hacia un plátano. Cuando lo tuvo sujeto sintió un fuerte golpe en esa mano y otro en la espalda, que le hizo caer al suelo. "Ladrón, ladrón. Policía", gritaba el dueño del puesto. Torpemente Moussa intentó levantarse, pero las piernas le fallaron. Cuando se vino a dar cuenta estaba en una celda. Esa noche la humedad siguió dejándolo hecho polvo, pero al día siguiente no tuvo al sol para calentarlo.

Javier: A las 7 de la mañana abrió los ojos. Llevaba 6 meses parado, pero su reloj biológico seguía acostumbrado a la rutina. Pensativo, se quedó un rato más en la cama esperando que Montse viniera a despedirse. Bendita Montse. Gracias a ella seguían malviviendo. Tras ducharse preparó un té con limón que, como todos los días, tomó al lado de la ventana, mientras recordaba buenos tiempos. Como su trabajo de ATS cooperante en las campañas de vacunación, en Burkina Fasso. Aquellos atardeceres ricos en colores. Aquellos amaneceres fríos, en los que el sol se iba transformando en una enorme bola de fuego. Y la bondad e ingenuidad de sus pobladores. Como Moussa, que después de vacunarse volvía a hacer cola porque creía que era mejor que lo pincharan más de una vez, o Abdoulaye, siempre afirmando que cogería una patera para buscar una nueva vida. De repente sonó el teléfono y dejó de recordar. Era de su ONG: "Javier, te necesitamos, hay una patera a la deriva. Ven a echar una mano". Cuando llegó al muelle se encontró el espectáculo de siempre, personas asustadas, tiritando de frío. Una mujer gritando se agarró a él mientras decía: "Se lo llevó una ola, era un buen señor y se lo llevó una ola. Se llamaba Abdou". Después de atender a los inmigrantes Javier volvió a casa, se sentó en el ordenador y profundamente entristecido comenzó a escribir un microrrelato que denominó Abdou.