Las emociones forman parte de nuestra personalidad, y en el ámbito de la estética se ponen de manifiesto tanto en el proceso de creación como en la recepción por los consumidores. En ese tránsito entre creación y consumo es donde radica el placer y mejor conocimiento de la obra de arte. Son contextos diferentes. Mientras la emoción creadora está en el dominio del autor, quien trata de conducirla de manera solitaria en su estudio, en su mesa de trabajo o ante un lienzo, cuando la obra traspasa los límites del taller y alcanza al espectador, lector o consumidor, se produce una feliz alianza. Y si lo que se persigue es compartir la belleza o la reflexión sobre el artefacto creado, miel sobre hojuelas. Hubo un tiempo, años sesenta, en que las emociones estuvieron ausentes de los análisis de las obras literarias. Se consideraba que el autor debería permanecer al margen. El análisis estructural lo invadió todo de tal manera que se puso en boga La muerte de autor, propiciada por Roland Barthes, por lo que el creador y sus circunstancias emotivas pasaron a categoría de anécdota. Pero, como todo no es blanco ni negro, tratando de superar el anacrónico análisis impresionista, la investigación pronto puso sobre la mesa el concepto de pragmática en el marco de la filosofía de la comunicación y psicología del lenguaje, que valoran el modo en que contexto y situación influyen en la interpretación del significado, tomando en consideración los factores extralingüísticos, no tenidos en cuenta por los estudios formales. De unos viejos apuntes universitarios, cuando estábamos imbuidos en la lingüística del momento, rescatamos la nota "el hombre es un animal sintáctico", escrita de manera espontánea en el margen de un cuaderno de clase, acaso como variante de la aristotélica el hombre como animal racional. Más recientemente, la Gramática de la multitud (Paolo Virno), superando la concepción de que el discurso lo es todo, desarrolla la idea de que somos animales lingüísticos, por lo que decir lenguaje significa decir cuerpo y vida. Sin embargo, no debemos obviar el nuevo escenario creado por Internet, donde autor y lector quedan diluidos en la gran red, en una anonimia virtual y bloguera. No obstante, la emoción ante el público, generada por la palabra viva, la mi-rada cómplice, la presencia familiar, la amistad, constituye un momento sublime y queda grabado en el corazón de quienes alguna vez la hemos expe-rimentado.