En el País de Nunca Jamás, girando la esquina a la derecha, existe un lugar maravilloso, donde todo se confunde y donde la realidad da paso a la ficción. Donde las reinas se vuelven princesas y las señoras, señoritas.

En el País de Nunca Jamás, girando la esquina a la derecha, Wendy ya no está perdida. Encuentra su lugar en las tareas de cuidado a todos, sintiéndose plenamente realizada. Ya no aspira a volar como Campanilla para llegar a cualquier sitio, porque en el País de Nunca Jamás, donde la realidad pasa a ser ficción, a las campanillas se las custodia, no se vayan a dañar por volar tan alto, por pretender ser exploradoras, aventureras, libres.

En el País de Nunca Jamás, las niñas se visten de rosa y se las prepara para un gran caballero. Se las mima desde pequeñas para que no piensen por sí mismas y se las dulcifica para que, llegado el momento, no sepan nada de las hazañas de éstos. No se tienen que preocupar por las haciendas de sus señores, ni por sus negocios, porque en el País de Nunca Jamás las mujeres no saben, no contestan hasta 187 veces. Su única ilusión es servir fielmente. En el País de Nunca Jamás las mujeres son felices sólo con la felicidad de los suyos, abandonando sus propios deseos.

En el País de Nunca Jamás, las mujeres no aspiran a trabajar fuera de casa, ya que su mayor felicidad es estar en ella, esperando por el sustento, cual Penélope. Por eso, en el País de Nunca Jamás la Reforma Laboral hace regresar a las campanillas a sus casas. La ley en el País de Nunca Jamás es clara: tu deber debe ser parir niños y niñas, aunque estén perdidos, aunque no tengan qué comer, porque en el país del nunca jamás cada día hay más niños y niñas perdidos.

En el País de Nunca Jamás el gallardo bufón hace la gracia del Rey, poniendo en jaque a las reinas y convirtiéndolas en dulces doncellas, mujeres sumisas cuyo deber es volver a la casa, avergonzadas por haber pretendido ser campanillas y volar, porque las campanillas son brujas, serpientes, culebras o sirenas.

En el País de Nunca Jamás, el Rey Gaviota se pasea con su traje invisible, exhibiendo sus humildes vergüenzas, exhibiendo su prepotencia y relegando a las mujeres a su campo doméstico. En el País de Nunca Jamás, las mujeres del Rey Gaviota callan sin asumir que ellas mismas son fruto de tantas campanillas que volaron por ellas.

Existe otro país también, llamado el País del Siempre Más, girando la estrella hacia la izquierda. Un lugar donde la Reina quiere campanillas despiertas, porque ella misma nació de una de ellas. Y donde la realidad es real y no un cuento de hadas.

En el País de Siempre Más no hay bellas durmientes, esperando príncipes que las despierten, porque las campanillas ya nacen despiertas. En el País de Siempre Más no hay cenicientas esperando por perdices, porque ellas son cazadoras de sus propias ideas, cual Valkirias. En este país existen enanos, duendes, hadas€ pero todos y todas están en igualdad de condiciones y son libres en la toma de sus decisiones.

En el País de Siempre Más, las mujeres trabajan para ganarse el sustento. Crían libremente a sus hijas e hijos en materia de derechos y libertades.

En el País de Siempre Más, las campanillas deciden cuándo quieren ser madres, sin que se las acuse de egoístas y criminales, y sin que se las persiga.

En el País de Siempre Más, las Wendy aspiran a volar y a que sus hijas sean campanillas y en el futuro reinas de sus vidas, juntándose con reinas y reyes, sin ser nadie más que nadie.

En el País de Siempre Más, girando la estrella hacia la izquierda, las campanillas ya no quieren ser princesas. Quieren tomar sus propias decisiones, ser mujeres, ingenieras, medicas, bomberas, empresarias, jefas y reinas.

En el País de Siempre Más no hay espacios diferenciados para Wendys, Campanillas y Peters, ni tan siquiera para los Garfio. Los cocodrilos se aíslan solos y los capitanes mandan sobre sí mismos, no sobre los demás, porque en el País de Siempre Más todos y todas son iguales ante la Ley y eligen libremente con quién quieren estar y con quién quieren volar y disfrutar su vida. En este país, se educa en igualdad y en libertad, sin que haya miedo ni a hablar ni a volar.

Dragones, mazmorras, prín- cipes y princesas no existen. Son producto del que los inventó y quedan muy bien para el Car- naval.